Construir una cabaña cuando eres crío es una de las mejores cosas que hace uno en la vida. Ya quisiera yo estar siempre igual de motivado e ilusionado como lo estaba con nueve años planeando y construyendo alguna cabaña con los amigos. Quiero para mí ese ánimo decidido con el que buscábamos sin descanso cualquier rama, palo, tabla, piedra o trasto para darle forma al refugio. Y quiero esa eufória al visualizar y proponer a los amigos alguna idea revolucionaria o cuqui para la choza. Los mejores brainstormings que he hecho en mi vida los hice con diez años.
Recuerdo la sensación de cobijo que sentías cuando por fin terminabas la cabaña, te metías dentro y cerrabas la puerta, si la tenías. Entonces no sabía cómo se llamaban muchas cosas pero ahora sé que también me sentía realizado y satisfecho. De críos nos lo dan todo hecho y no tenemos que preocuparnos por nada. Quizá la primera cosa que no nos viene caida del cielo sino que nos toca ganarnos con nuestro esfuerzo es esa primera cabaña y el privilegio de meternos dentro y sentirnos en nuestro reino.
Nuestro reino a veces no era tan cómodo como lo habíamos visualizado en nuestros cuentos de la lechera. Gracias a todas las buenas sensaciones expuestas en el párrafo anterior conseguías aliviar en parte las incomodidades propias de estas edificaciones anárquicas y angostas. Las estrecheces y esfuerzos posturales tenían como efectos secundarios dolores de cuello y miembros dormidos. Y en invierno la excesiva ventilación y escaso aislamiento te aseguraban un señor resfriado en los días siguientes a la inauguración. Pero sarna con gusto no pica y con el moco colgando y bien arropijao volvías al día siguiente a la cabaña a pasarte la tarde jugando a los cromos sentado en el frío suelo.
Construir una cabaña es cosa de niños pero yo he tenido la suerte de alargar parecidas sensaciones en el tiempo. Cuando crecimos un poquito por fuera y a los colegas nos dio por hacer ruido descubrimos que nuestro local de ensayo era nuestro nuevo refugio. Y se convirtió en el centro de nuestra vida social. Beber y fumar en el bar con los amigos está muy bien pero robarle horas al bar para gastarlas en beber y fumar con los amigos tocando a todo volumen en el local mola un poquito más.
Gracias a muchos locales de ensayo y a la caseta del patio de mi amigo Miguelín (más amplia que alguno de los pisos en los que he vivido y con chimenea y todo!) disfruté durante muchos años de esa sensación de estar en tu guarida, lejos del mundo y en compañía de tus iguales. El puto Valhalla coño.
Y ¿a cuento de qué os cuento todo esto? estaréis pensando los que continuéis leyendo y no os hayáis vuelto ya al Facebook. Pues esto era otra brevísima introducción al mejunje del asunto, que ahora va a ir resumido en unas pocas líneas. La cosa es que de manera un tanto inesperada, aunque no del todo, vuelvo a tener cabaña. No me he construido una choza con palos, porque tengo 41 años y no soy ajeno al que dirán, sino que vuelvo a disfrutar de esa misma sensación de tener un sitio donde nada ni nadie puede molestarte aparte de lo que te ronde por la cabeza. Y ese sitio es algo tan prosaico como el maletero del mi coche. No os voy a relatar de nuevo lo encantado que estoy con mi nuevo buga heredado y su espacioso maletero ni tampoco mis filias hacia las furgonetas. Sabía que lo de irme a algún sitio chulo con el coche y tumbarme detrás a la bartola durante horas más a gusto que en brazos iba a pasar pero no me imaginaba que se convertiría en un vicio arraigado en cosa de dos o tres meses. A cinco minutos de mi casa hay una agreste zona de playa donde puedes aparcar el coche tan cerca del agua como te atrevas. Y allí está mi Valhalla. Pongo el culo del coche mirando al mar, abro el maletero, tumbo los asientos traseros y doy palmas con las orejas. Y al igual que hacía cuando imaginaba mi cabaña de crío ahora también visualizo detallitos para mejorar mi pequeño reino. Tampoco le hacen falta la verdad, hasta ahora con una colchoneta, musiquita, las necesidades de beber y fumar cubiertas, algo para leer o algo que escribir y a veces hasta con compañia soy el tío más feliz del mundo allí dentro. Lo soy. De verdad. No le puedo pedir más a un maletero.
Con alguna que otra corrección sobre la arquitectura de una cabaña…. pero… muy contenta de leer que vuelves a tener ese lugar en el mundo tan valioso ! 🙂
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Kin ilguini qui itri kirricciin…..jajaja un besazo!
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