Perico

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Yo de jovenzuelo fantaseé un tiempo con la idea de ser ciclista. A mediados de los años ochenta el ciclismo era portada de los periódicos gracias a Perico Delgado. Conviene recordar que por aquel entonces todavía no habíamos oído hablar de Barcelona 92, ni de Indurain, ni de Gasol, ni de Nadal, ni de Iniesta y que, salvo contadas excepciones, en las competiciones internacionales los españoles íbamos a hacer bulto cuando no el papelón. Nuestra gesta más celebrada de la época era haberle metido doce goles a una potencia como Malta.

Por eso lo de Perico fue un flechazo. Ver en directo como un chaval de Segovia dejaba con un palmo de narices a los ilustres favoritos del Tour de Francia suponía un éxtasis patrio colectivo. La siesta se sacrificaba como ofrenda al héroe y cuando llegaba la montaña y Perico atacaba media España apretaba los puños y saltaba del sofá para gritarle más cerca a la tele. El devenir del segoviano era tema de debate nacional y el fenómeno fue tal que dejó huella patente en el lenguaje. A partir de entonces empezamos a llamar «Perico» a cualquier conocido, o no, que veíamos subido en una bici. Era frecuente su uso hijoputesco y se solía utilizar para pitorrearse de aquellos pobres que desentonaban sobre una bicicleta ya fuese por falta de garbo o por exceso de tocino.

Como ídolo, Pedro Delgado se ajustaba perfectamente al carácter veleta del aficionado español. Un día se te erizaban los pelos al verlo largarse en solitario tras atacar en un puerto y al día siguiente te arrancabas esos mismos pelos al verlo perder una minutada tras pillar una cagalera. Un verano te emocionabas frente a la tele al verlo por fin llegar con el maillot amarillo a París y al verano siguiente casi tiras la tele por la ventana al verlo llegar tarde a una cita tan trivial como la puta salida de la primera etapa del Tour de Francia. Antes de dar una sola pedalada Delgado ya había perdido casi tres minutos respecto a everybody.  Los papelones internacionales se resistían a abandonarnos.

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A pesar de su halo tragicómico yo quería ser como Perico. Todas aquellas sobremesas de verano siguiendo sus aventuras me inocularon el virus del ciclismo y pocos años después, en mi primera excursión dominguera a la sierra de Madrid, terminé de decidirme. Allí descubrí carreteras boscosas, empinadas y serpenteantes que hasta ahora solo había visto en la tele. A través de la ventanilla del Opel Kadett rojo de mis padres aquellas preciosas curvas de herradura hicieron revolverse el gusanillo de las dos ruedas en mis tripas. Quería ser ciclista. Lo vi. Me imaginé subiendo por allí en bici y cero coma después ya me veía ganando en Alpe d’Huez. Un calor repentino me embargó y se me fue un poco la olla. Creí estar sufriendo una catarsis hasta que escuché a mi madre decir: Para donde puedas Julian que el chico va a devolver otra vez!

De aquel trance decidí quedarme con la parte de la epifanía y no con la del vahído y tomé la determinación de comprarme con mis ahorrillos una bicicleta de carretera de segunda mano. Mis padres tomaron la determinación de decirme que ni carretera ni carretero. Que ir por un arcén era muy peligroso, que si quería bici me comprase una de montaña y que si me ponía tonto lo mismo me tenía que conformar con una bicicleta estática. Así que me compré la de montaña y la usé por carretera, claro. Un trato perfecto, todos salimos perdiendo. Mis padres tranquilamente engañados y yo arrastrándome con la bici de montaña por algún arcén camino de Chinchón o Villaconejos.

Sería fácil culpar a este gato por liebre de que mi carrera sobre los pedales se pueda catalogar de inexistente pero la verdad es que tampoco se me ocurrió nunca preguntar por algún club, peña o equipo, en mi pueblo o alrededores. No fuesen a saber que yo quería ser ciclista. Quizá el deseo no era tan fuerte en mí o quizá al estar a medio camino entre la edad del pavo y la adolescencia mi alelamiento no me dejó ver el bosque.

Lo bueno de no haberlo ni siquiera intentado es que mi potencial como ciclista sigue intacto en mi imaginación. En algún universo paralelo soy más grande que Eddy Merckx. Como no me puse a prueba no me llevé la decepción de descubrir que no valía para ser ciclista. Jugada maestra oiga. Si no lo intentas no puedes fracasar. El slogan definitivo para una taza de desayuno.

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Tras perseguir mi sueño hasta la primera esquina cambié el sillín por el sillón y a día de hoy sigo gritándole a la tele de vez en cuando. De hecho mi forofismo ha ido a peor, hace años solo me interesaban Tour, Vuelta y Giro y ahora me espero hasta las dos de la madrugada para ver en diferido carreras que no sabéis ni que existen y que yo difícilmente sabría deletrear bien. Me trago castañas que harían bostezar a un árbol con la esperanza de ver un poquito de emoción, algo que pasa cada vez menos porque como leí por ahí «el ciclismo de los ochenta era rock & roll y el de ahora es chill out». Antes todo era más anárquico. Instintivo. Ahora casi todo está medido y monitorizado hasta el último decimal. No se arriesga. No hay mucho sitio para el instinto entre la física y la matemática.

Y la medicina, claro. Ésta siempre estuvo, pero de manera más anárquica también. Ahora hay toda una ciencia detrás. No hace falta buscar casos morbosos de dopaje para corroborarlo. Este dato inocente lo expone de maravilla: un mismo equipo ha ganado siete de las últimas ocho ediciones del Tour (y el de 2014 no lo ganaron por caída y abandono de su líder) con cuatro corredores distintos. Uno detrás de otro. No es un equipo deportivo, es una factoría que desarrolla superhombres siguiendo una fórmula mágica.

Lo bueno de llevar años viendo carreras es que ya soy mayorcito para separar el grano de la paja. Para aplaudir algunas gestas y enarcar la ceja ante otras. Nada de esto empaña mi admiración hacia este deporte. Se suele decir que es un deporte muy duro pero yo creo que es un deporte sádico. Practicado por masoquistas. La esencia del ciclismo es el sufrimiento. Por eso respeto a cada ciclista, del primero al último. Y casi son más de admirar los últimos que los primeros. Porque sin un físico especialmente dotado ni una mentalidad ganadora tienen que recorrer los mismos kilómetros, subir los mismos puertos y pasarlas igual de putas bajo el sol, la lluvia o el viento, que los grandes campeones habituales del podio. Y solo tardando un poquito más. Esos ciclistas modestos, que cobran lo mismo que un futbolista de Segunda División B, no son superhombres pero tienen unos cojonazos que les cuelgan a ambos lados del sillín. Todos aplaudimos a los grandes campeones que sufren y se dejan la vida sobre la bici para escribir su nombre en la Historia de este deporte. Pero los héroes son los otros. Los que sufren sin el premio de la gloria.

2 comentarios en “Perico

  1. Como se nota que te apasiona el tema bribón… te recuerdo que ganaste “la vuelta al pueblo” atacando en la cuesta alta… aunque los rivales tampoco tenían demasiada enjundia.

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