Canciones para el otoño, batallitas y filosofía barata

El otoño me gusta tanto como la primavera y lo mismo que el verano y el invierno. Vamos, que me la suda bastante, no sé qué estación me gusta más. Si me pusieran una pistola en la cabeza diría, después de cagarme encima de miedo, que me mola más el verano. Pero por pura convención social creo. Porque el verano tiene buena fama. Solecito, terracitas y vacaciones. Sobre todo esto último. El verano es, al menos en la parte del mundo que no pasa hambre, esa época en la que te está permitido olvidarte unos días de que eres un esclavo. Si no os gusta la palabra esclavo puedo tirar de Matrix y utilizar la palabra pila. Somos pilas, baterías. Combustible para que la maquina funcione.  Hasta hace menos de cien años ni siquiera éramos recargables. La gente se moría trabajando. Y se sigue muriendo en muchos sitios. Ahora en occidente somos recargables. Lo llamamos vacaciones.  Vosotros mismos estáis hartos de decirlo. “He vuelto con las pilas cargadas”. Ya. ¿Para hacer qué?

Si alguno habéis entrado aquí hoy atraídos por el título musical y estáis leyendo esta parrafada con una ceja levantada no os vayáis que ahora en seguida vendrán las canciones. Lo que pretendía decir en el párrafo anterior, antes de que se me calentasen los dedos y casi llamar a la revolución, es que el único pecado del otoño es venir después del verano. El paso de la época estival al frío es más bien regulero y algo deprimente si no estás podrido de dinero y tienes casa en Chamonix. No hablamos de que te guste más ir abrigadito que ir en bragas o viceversa. Yo soy de ir poco abrigado pero disfruto como un enano de la sensación de ponerte por “primera vez” la sudadera una noche a finales de verano. Pasar de la ropa de invierno a la de verano no mola tanto porque estás más blanco que Drácula. A lo que iba, en mi opinión la principal razón por la que nos deprime un poco el otoño es la misma que hace que odiemos los lunes. Realmente no odiamos los lunes, lo que odiamos es este sistema que nos condena a trabajar toda una vida con el único premio de no morirnos de hambre. Yo a lo mejor es que soy muy inocente e ignorante pero creo que con los recursos del planeta y la tecnología actual se podría organizar la cosa un poco mejor ¿no? Otro asunto es que interese. Llamadme demagogo y rojo pero algo no estamos haciendo bien cuando el mundo se divide entre los que pasan hambre porque no tienen nada que llevarse a la boca y los que pasan hambre porque están a dieta.

Y después de esta brevísima introducción marca de la casa ya os dejo con lo que el título del post prometía. Canciones que he decidido que le pegan al otoño.

Queens of the Stone Age – I never came

Si no habéis oído hablar de este grupo es porque no os juntáis con mis amigos de Ciempozuelos. Somos fans. Es fácil serlo, son cojonudos. Mis amigos y el grupo. Que no os lleve a engaño el ritmo tranquilón de esta canción. Es una rara avis en el repertorio del grupo. Lo suyo es el rock duro machacón llegando a salvajadas como esta. Hasta hace poco no me había leído bien la letra de esta canción y ahora que lo he hecho me gusta más todavía. Porque trata del tema más universal en las canciones. ¿El amor? Nah…el desamor. El feo feo. El que te inspira a empezar una estrofa con un «¿Por qué tienes que restregármelo por la cara?

 

Pixies – Where is my mind

A los Pixies los descubrí cuando ya les gustaban a casi todos mis amigos. Yo apenas los había escuchado y desde la ignorancia me mofaba de mis colegas tachándolos de modernitos y supermega alternativos por escuchar un grupo tan rarito. No tardé en comerme mis palabras. No falla, toda una vida escupiendo hacia arriba. Un día escuché Debaser y me convertí. El penúltimo capítulo de nuestra historia lo escribimos el año pasado cuando me fui con Edu a Bilbao a ver a los Pixies el día de mi cuarenta cumpleaños.

Para redondear la cosa esta canción sale en la escena final de El Club de la Lucha, que es una peli que me encanta. No es una película de peleas. El que se lleva algún golpe es el espectador con la filosofía que se desprende la película. “Tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos”. Como dicha frase me suena haberla visto más veces por ahí escrita me he entretenido un poco en buscar la fuente exacta  de la que provienen esas palabras de Tylor Durden. La frase es de un periodista canadiense de nombre Emile Miller Gauvreay y viene a ser esta: Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan. Amén Emile.

Además también tengo que reconocer, reafirmando antes de decirlo mi completa y segura heterosexualidad, que ver en El Club de la Lucha a Brad Pitt sin camiseta es un espectáculo. Dan ganas de tocarlo. Con el torso que luce en esta peli y en la de Snatch a más de una y de uno se le habrá revuelto la entrepierna a costa del señor Pitt.

 

Interpol – Not even jail

Podía haber hecho este mismo post de música para el otoño solo con canciones de Interpol. El grupo en sí ya es otoñal, melancólico, taciturno y cualquier otro sinónimo así de alegre. Si os gusta ver llover por la ventana desde el calor de vuestro hogar los Interpol son una banda sonora cojonuda. Lo hacen muy bonito. Si la que he elegido hoy no os convence probad con esta para asegurarnos de que os enamoráis del grupo.

A Interpol los vi en el 2007 con Laurent en un festival de música en Irlanda. Allí saben hacer festivales. Entre muchos otros el cartel incluía a Daft Punk, Muse, The Killers, Amy Winehouse, Arcade Fire, Queens of the Stone Age… Durante el concierto de Interpol llovía y estábamos de barro hasta las pantorrillas. Bueno, llovió y estuvimos de barro hasta las pantorrillas durante todo el puto festival. El verano irlandés.

Os mentiría si os dijese que me acuerdo mucho del concierto de Interpol. Porque si lo normal en un festival de música es acabar cada día algo perjudicado imaginad en uno rodeado de irlandeses. Cágate lorito. Esa gente nos lleva años luz de ventaja castigándose el higado. Beben lo que sea, cuando sea, como sea. Gracias a la amable invitación de nuestros vecinos de acampada allí probé por primera vez el Jägermeister, en forma de apetitoso cóctel a base de mucho Jäger calentorro mezclado con algo de Redbull más caliente aún. Presentado en un vaso de plástico abollado con aspecto de haber sido usado o pisado por medio festival. Y te lo tenías que beber de un trago para mantener la honra. Los irlandeses aún se deben estar riendo de la arcada que di al tragarme semejante brebaje. Por esta y similares razones mis recuerdos del festi se reducen a trazos puntuales inconexos desde el momento en que plantamos la tienda hasta que la desmontamos días después más doblaos que una garrota.

Acabo de encontrar la foto que me hice con Laurent y nuestros vecinos de tienda en aquél festival y creo que es un documento oportuno para arrojar algo de luz sobre lo que acabo de contar sobre esos días en un prado irlandés. Aparte de la cara de ir bien agustito que tienen (tenemos) todos quiero también que aprecie el lector como cada uno está bebiendo algo distinto. El que se lleva la palma es el que tengo yo encima a la izquierda, que sujeta con el meñique una botella de un galón de leche totalmente aplastada en la que apenas le queda un dedo de algún líquido negro y sospechoso nada tentador.

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Y por fin os pongo la canción.

 

Brian Molko & Timo Maas – Pictures

El otoño no es solo para ver llover por la ventana de tu casa o más probablemente desde la del trabajo mientras descuentas los días que quedan hasta que vuelvas a librar. También hay que darle alegría al cuerpo porque total, vas a acabar en el mismo sitio hagas lo que hagas. Así que haz el ganso. Ahora toca un bailable que ha acabado en esta lista porque a mí me parece una canción oscura. Era fácil que me gustase este tema teniendo los padres que tiene. Brian Molko, cantante de Placebo, y Timo Maas, un DJ alemán por el que nos dio hace unos años y que hace canciones tan redondas como esta otra.

La batallita de mi encuentro casual y fugaz con Brian Molko, meando ambos en el mismo arbusto de otro festival, ya la conté en otro blog hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana y pocas cosas hay peores en la vida que ser un cansino. Esta vez os ahorro esa batallita. Pero después de la canción os cuento otra.

 

The Kinks – Death of a clown

La primera vez que fui de jovencito con los amigos al Rastro de Madrid me compré una braga militar, una cheira y una cinta de The Kinks. La braga estaba de moda entre los jóvenes en aquella época y lo mismo pasaba con la cheira. Por cierto, el vocablo “cheira” como sinónimo de navaja ¿sólo lo habéis entendido los de Madrid o se dice en toda España? Vaya por delante que ni yo ni mis colegas éramos unos navajeros y que la navaja no podía ser cualquiera. Tenía que ser de mariposa, como esta. Porque no la queríamos para clavarsela a nadie sino para aprender a abrirla y cerrarla haciendo un rápido juego con la mano muy resultón y algo macarra. Como las viejas beatas que tienen siempre el rosario entre los dedos durante aquella época todos teníamos la cheira en la mano cuando estábamos juntos.

A The Kinks no los conocía hasta una semana antes de ir al Rastro. Los descubrí en un programa de radio dominical que me servía como casi único recurso para grabarme en cinta las canciones que me gustaban, casi siempre ya empezadas y con el locutor hablando por encima. Los millennials no tenéis ni puta idea de las que nos teníamos que ingeniar los puretas antes de internet. Aquella canción con la que descubrí al grupo un domingo por la mañana era You Really Got Me Now y me gustó tanto que quise escuchar más. Así que encontrar una cinta suya en el Rastro una semana después me pareció una señal y me la compré. Entre todas las canciones que venían en aquella cinta hay una preciosa que es con la que voy a acabar de una vez con este post interminable. No es la canción más movidita de The Kinks. Si titulas un tema “Muerte de un payaso” probablemente no sea una canción para bailar en las fiestas del pueblo pero dentro de la tristeza que rezuma también se percibe cierta esperanza. Sobre todo cuando después de un lalalá cantan “lets all drink to the death of a clown”.

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