En Clogherhead casi todos los perros tienen nombre babilónico. Llevo aquí solo dos días y no conozco a todos los perros del pueblo pero conozco a tres, de diferentes dueños. Sus nombres son Namú, Natee y Kifaa. A mí me parece raro.
Natee es el perro de Laurent. Y Laurent es la razón de que me haya venido a Irlanda. Cualquier excusa es buena para venir a este país pero yo he venido a recuperar algo que perdí hace unos años. A Laurent lo conocí en 1999, cuando me fui con Francis a currar a Dublín y desde entonces nos veíamos más o menos cada dos añitos, en su casa o en la mía, Irlanda o España. Pero hace unos seis años la cosa se enfrió un poco más por mi culpa que por la suya. Y lo echo de menos. De verdad, no un «echar de menos» de esos de Hacendado que soltamos sin pensar y que no nos creemos ni nosotros ni la persona a quien va dirigido. No, sin Laurent mi vida es peor, por puro egoísmo le quiero dentro de ella.
El francés y yo terminamos aquel último año del siglo pasado compartiendo curro y una habitación abuhardillada. Convivir con alguien puede ser una pesadilla o una fiesta diaria. Nosotros veinte años después seguimos teniéndonos ganas. Entre aquellas paredes nos conocimos y nos cogimos confianza, perdiendo totalmente la vergüenza y las formas. Por lo que allí vivimos desde entonces nos llamamos el uno al otro «monkey». No preguntéis.
Como no podía ser de otra forma cuando nos encontramos en el aeropuerto ambos teníamos la sensación de habernos visto por última vez la semana pasada. Y como hay cosas que nunca cambiarán a la media hora de estar juntos Laurent me dejó aparcado en un pub delante de una Guinness mientras él se iba en busca de «the man».
El resto del día transcurrió por lo cauces predecibles entre dos buenos colegas que tienen que contarse los últimos años de su vida. Es un placer escuchar la vida de otro cuando te interesa de verdad cómo le ha ido, no cuando te la cuenta algún cantamañanas sin tú preguntar. Nos amaneció dándonos una brasa de espanto entre latas de cerveza polaca vacias y vinilos fuera de su funda. Porque en lo musical ambos tenemos el gen cansino, también conocido como gen del Dj frustrado . Y él además tiene en su salón dos platos, un montón de discos y una máquina del demonio de la que puedes sacar cualquier sonido o ritmo. Si a una buena torrija le pones delante un cacharro con 64 grandes botones de colores que se iluminan cuando los tocas y con los que puedes formar patrones musicales el resultado es que ya tenemos hasta nombre para nuestro grupo. Cuarenta años tengo.
Pero me dejaba lo mejor. Mucho antes de que nos amaneciese fuimos a pasear a Natee a la playa. Clogherhead es un antiguo pueblecito de pescadores perdido entre prados al norte de Dublín. La pera. Aquí viven cuatro gatos con sus perros babilónicos. También vive Maurice, el dueño del BMW dorado que nos encontramos anoche hundido hasta los amortiguadores en la arena. Maurice, Mau para los amigos y los desconocidos que se ofrecen a sacarle de un apuro, había tenido la genial idea de emborracharse y llevar a dos ligues a hacer trompos a la playa aprovechando la marea baja y allí estaban los tres estancados, ellas con cara de funeral y él nervioso calculando cuantas horas quedaban hasta que volviese a subir la marea. Lo de que las dos chicas eran sus ligues es un supuesto porque más bien parecían sus cuñadas. Una incluso llevaba puesta una bata rosa de guata. Todo muy extraño.
El coche no había forma de sacarlo empujando entre todos. Que pena que esto no lo supiesemos antes de rompernos la espalda intentándolo tres veces. Laurent sabía donde había una obra y allá que fuimos los tres machotes a por tablones para poner debajo de las ruedas porque es lo que hemos visto en la tele. A los albañiles les va a hacer una gracia loca descubrir por la mañana que les faltan dos tablones del andamio. En el viajecito a la obra Mau nos contó, en este orden: que su ex novia se suicidó hace dos meses, que tiene dos hijas pequeñas, Lindsay y Sarah, y que sabe donde conseguir anfetas. Lo de las anfetas no hacía falta que lo jurase pues, mientras Laurent y yo llevábamos precariamente un tablón entre los dos, el irlandés llevaba el suyo sobre el hombro derecho y con la mano libre se iba fumando un piti.
Cuando de verdad me empecé a sentir dentro de una comedia de Ken Loach fue al ver como por el camino se unían a nuestra comitiva unos adolescentes muertos de aburrimiento un viernes noche en un pueblo de pescadores. Un coche empantanado en la arena era lo más excitante que habían visto en meses.
Ahora éramos un buen equipo. Los siete samurais teníamos una misión e íbamos a cumplirla. Pero nos vinimos con las mismas. Lo intentamos todo durante media hora. Cavar con las manos debajo de las ruedas, empujar hacia delante, empujar hacia atrás, poner los tablones delante, ponerlos detrás, tratar de levantar el coche en vilo (gran idea) y en definitiva cualquier tipo de ocurrencia peregrina que durante algunos segundos nos parecía que iba a funcionar hasta que acabábamos de nuevo jadeando y rebozados en arena. Laurent incluso fue agraciado con un corte sangrante en la mano por ponerla en el sitio equivocado. Por suerte iba bien anestesiado y no se enteró hasta una hora después. El BMW no se había movido ni un centímetro y los ánimos del equipo se enfriaron bastante. Pero recordemos que estábamos dentro de una peli de Ken Loach. ¿Cómo suelen solucionar los problemas los protagonistas en esas pelis? Efectivamente, yéndose al pub. Fue una de las cuñadas la que lo propuso y Mau y la de la bata rosa se apuntaron ipso facto. Ya se les ocurriría algo bebiendo. Los adolescentes se fueron a casa y Laurent y yo después de dudar también nos largamos porque ya habíamos tenido suficiente aventuras para una noche y nos quedaba mucha brasa por delante en casa. Nos despedimos del trío deseándoles suerte y mientras se alejaban camino del pub una de las cuñadas soltó la mejor frase de la noche. Para decirle a Mau que se diera prisa le gritó con su acento saltarín: Hurry the fuck up, there is no time for slow walking!
Me encanta esta gente. Tenéis que venir.