Día 6. Dancing thai.
Yo en España no soy mucho de bailar y como mucho muevo el cuello y levanto una mano haciendo los cuernos si me ponen una heavy. Alguno estaréis pensando «cabrón mentiroso, yo te he visto bailar hasta la musica de los pitufos dando saltos como pollo sin cabeza». Siendo esto cierto he de decir en mi descargo que eso suele ocurrir cuando he bebido más de lo recomendable. Pero hace un par de días, sin haber bebido más que un batido de fruta de la pasión y una Chang, nos pegamos un buen bailoteo en compañía de decenas de chiangraianos o chiangraimeños, como se llamen. Fue como bailar Paquito el Chocolatero en las fiestas del pueblo pero a miles de kilometros de tu casa. Lo curioso es que no eran las fiestas de Chiang Rai sino que tengo la sensación de que esta gente hace eso cada noche. Junto a algunos mercadillos callejeros suele haber una especie de plaza con un escenario en uno de los lados y un montón de mesas rodeándo dicha plaza. Te pillas la comida y bebida en el mercadillo y buscas una mesa libre donde cenar escuchando musiquita en directo. Ya hemos estado dos o tres días cenando de esta guisa y en una de esas veces en el centro de la plaza habia mogollón de peña bailando lo que supongo que era música popular oriental. La primera sorpresa agradable vino cuando, después de no encontrar ninguna mesa libre, una familia nos hizo sitio en la suya para que no acabasemos cenando en el suelo. Eran un matrimonio y su hija, más majos que todas las cosas. El ambiente era tan bueno, en nuestra mesa y en toda la plaza, que tardamos cero coma en imbuirnos de él y estar deseando unirnos al cachondeito bailongo. Los pasos de los diferentes bailes no parecían muy complicados, cuatro pasitos para un lado y otros cuatro para el contrario. Darry se apunta a un bombardeo de la OTAN y si encima le das cerveza Chang agárrate lorito por lo que fue la primera en ponerse a sudar entre los thais. Los demás tardamos cero coma en acompañarla porque eso si que no se hace todos los días. Los nativos del lugar estaban encantados con los occidentales marchosos y se prestaban encantados a enseñarnos lo poco que había que aprender de tan exótica danza. Es facil imaginar la escena, pensad en tres orientales bailando la Macarena en las fiestas de cualquier pueblo ibérico. El centro de atención. Y cuando Miguelín y Darry se agarraron y empezaron a bailar salsa entre aquella gente ya sí que se cayó el estadio y no fueron pocos los que se acercaron a grabar la escena con sus móviles.
Y como esto es un no parar mientras escribo estas palabras cenando en otro mercadillo callejero Darry se ha vuelto a venir arriba y ha intimado con un grupito de chinas (joder con las chinas joder con las chinaaaaas) con muchas ganas de fiesta. Cuando nos hemos levantado para irnos al hotel porque estamos machacados las chinas casi lloran de la pena y han hecho más aspavientos y dicho más «no no no no no, dont leave!!» que unas grupies hormonadas al final de un concierto de Justin Bieber. Joder qué bien.
Día 7. Mi y Soon Poo.
Montarse en un tuk-tuk es una de las cosas que estás deseando hacer cuando vienes a Tailandia. Lo habréis visto en mil programas de viajes pero, por si alguién no sabe lo que es, un tuk-tuk es un hibrido entre un triciclo, una motillo y un carricoche. Tiene un asiento detrás supuestamente para dos personas pero ya os digo yo que también caben cuatro. Lo malo es que yendo tantos vas más doblao que una garrota y en algunas curvas te ves volcando, haciendo el viaje más divertido aún. Antes de montarte en el artefacto regateas el precio con el conductor y luego te sientas detrás a disfrutar de las vistas, del aire pegandote en la cara y de las risas.
Siendo los tuk-tuks toda una experiencia nuestro vehículo más utilizado por ahora son los Songtaew, que vendría a ser una mezcla entre un jeep de hacer safaris y la camioneta de la familia Monster. Será la novedad o el alma de gitano pero ir ahí metido, con tus colegas o con desconocidos, porque ahí se sube cualquiera y se baja cuando quiere, con las ventanas abiertas y de nuevo el aire dandote en la cara, e incluso sentado fuera en el pescante si quieres porque no hay ni rastro de puerta trasera, me mola cantidubi dubi.
Nosotros llevamos un par de días montados en el mismo Songtaew porque también existe esa posiblidad, pactas con el conductor el precio de la jornada entera llevándote allá donde le pidas y ya no tienes que preocuparte de andar buscando transporte. Para él también es buen trato pues se garantiza una pasta fija al día y además cada vez que te deja en un sitio para que te des una vuelta de una o dos horas él se pega una buena siesta en la cabina. Yo me presenté a nuestro chofer como Mi en vez de Míguel para que pudiera pronunciarlo bien y resulta que el tipo se llamaba igual, Mi, somos tocayos! Ahora me llama Mister Mi y me descojono. A Mi lo acompaña en la cabina su hija adolescente, Soon Poo (pronunciado champú), que es un amor y nos hace las veces de traductora con su padre. Hemos hecho muy buenas migas con ambos, no paran de hacerse fotos con nosotros (de hecho Mi está alcanzando niveles de obsesivo compulsivo con el tema de las fotitos) y cuando esta mañana Soon Poo se ha despedido cariñosamente de nosotros, porque tenía que irse a otra ciudad a seguir sus estudios, nos ha dado penita y todo. Nos hemos dado la mano, abrazos y tímidos besitos y hemos sellado nuestra amistad como se hace en el siglo XXI, agregándonos en Facebook.
Dia 8. Puto hielo y puto vicio.
Cuando coloqué mi vaso de café en la maquina de hielo y apreté la palanquita no imaginaba que dos minutos después saldría de la tienda rojo como un tomate y mirando al suelo muerto de vergüenza. Una vez repleto de hielo mi vaso me dirigí hacía el mostrador a pagar el café. Lo primero que me escamó fue ver como dos chicas parecían mirarme con cierto pitorrreo. De pronto lo escuché. Clinc clinc clinc clinc…. El ruido que hace una maquina tragaperras cuando te sale la especial. No había tragaperras en la tienda así que intrigado por ese sonido miré por toda la tienda buscando su procedencia. No tardé en descubrir el origen del soniquete, que vino a ser también el motivo de la mofa de las thais. La maquina de hielo seguía vomitando cubitos y debajo de ella se había formado un montón que no se salta un esquimal. Cagándome en la puta salí disparado hacía la maquina a desfacer el entuerto mientras Darry empezaba a descojonarse (un día después le sigue dando la risa floja al recordarlo y gracias a Dios no cayó en grabar mi performance, si no ese video hubiese dado la vuelta al mundo bajo el título «Stupid man versus the ice machine»). Durante unos minutos me transmuté en Pepe Viyuela y me faltaban manos para tratar de arreglar la palanquita, que había decidido estropearse para mí, o tapar el agujero para contener la cascada de cubitos, o buscar un cubo o vaso con el que achicar hielo o como última solución buscar el puñetero enchufe de la maquina y tirar de él. No conseguí ninguna de esas cosas y sintiéndome impotente y observado volví al mostrador con cara de cordero degollado pero la dependienta no me hizo mucho caso pues debía de estar pensando en el rato que se iba a pasar arreglando mi desaguisado. Entre risas y viéndome la cara Darry me dijo «anda salte fuera que ya pago yo».
Después de empezar el día tan de puta madre nuestro chofer Mi nos llevó en su tartana a unos pueblecitos perdidos en la montaña. Nos costaba hacerle entender a Mi que ya no queríamos ir a sitios turísticos (aunque aquí turístico es todo y en cualquier poblucho te montan un tenderete para venderte lo que sea, y muy bien que hacen porque algo han de sacar de tanto guiri pesao) y que preferíamos perdernos por ahí. Finalmente nos llevó a un par de pueblos recónditos donde disfrutamos de lo lindo. Miguelín se pierde por ahí haciendo unas fotos cojonudas, que ya veréis en unos días, mientras los demás rulamos sin rumbo fijo. Yo de vez en cuando me siento en una piedra a escribir pamplinas rodeado de gallinas. Sí, en estos parajes mires donde mires siempre hay una gallina o un pollo. Y si se te ocurre dar dos pasos fuera del pueblo te metes en una jungla que te cagas vivo, ya no porque te pique una víbora o el célebre ciempiés gigante tailandés sino porque te salga un gorila que te mate de dos guantazos o peor aún que te use como muñeca hinchable.
Casi se me olvida contaros un dato curioso de estos pueblos perdidos. La globalización no perdona. Al rato de llegar allí se nos acercó un tipo con una pinta algo chunga y nos preguntó de dónde eramos. Al decirle nuestra procedencia el tipo sonrió y haciendo el gesto de que le acompañásemos a otro sitio dijo » spaiiin…marigüana, opio». Menuda famita tenemos amigos míos.
Y despedimos la conexión porque hoy es el cumpleaños de Darry y acabamos de llegar a Sodoma y Gomorra, o lo que viene a ser lo mismo, Khao San Road, Bangkok!