Día 3. Dieta asiática.
Cuando llevas tiempo queriendo ir a Tailandia, escuchando historias de gente que ha estado y viendo reportajes en la tele de esos que no solo te hacen babear sino plantearte tu vida entera, corres el peligro de idealizarlo todo y luego descubrir que la cosa no era para tanto y que al año que viene casi que mejor te vas a Torrevieja. Ni siquiera llevo todavía 24 horas en Tailandia pero juraría que ese no va a ser mi caso.
Ya en el avión que te lleva a Chiang Rai uno comienza a fliparlo bastante cuando entre las nubes empiezas a ver todo de color verde esmeralda. A mí, que soy más de secano que una mata de tomillo, ver tanta vegetación y frescura me impresiona más que a uno que haya nacido entre prados y mirando por la ventana ya se me iba poniendo cara de tontico. Sabéis que de volar lo único que me gusta es aterrizar pero pocas veces me he puesto tan contento por llegar a un sitio como lo estaba ayer al aterrizar en Tailandia.
Si la gula es uno de tus pecados favoritos está claro que tienes que venir a Tailandia. Por lo que cuentan tampoco es mal sitio si tu rollo es la lujuria (¿y de quién no lo es?) pero espero no tener que contaros nada al respecto. Nada que implique desembolso económico al menos. Así que como no estoy tan desesperado como para gastarme la poca pasta que tengo en retozar con una moza lo que si hago es picotear en puestos callejeros como si lo fueran a prohibir. Llevo día y medio y ya he comido pollo rebozado, gambones, sandía, berberechos (con una salsa picante que te dejaba los labios como Carmen de Mairena), mango, calamar deshidratado, brochetas de pollo con piña, brochetas de pollo sin piña, rollitos de quién sabe qué, coco (pero no como el que venden en la feria de mi pueblo al lado de la tómbola y que sabe a corchopán sino cocos enteros abiertos a machetazos que saben a gloria bendita), pollo al vapor, arroz pringoso con salsa de coco, bolas de una carne imposible de identificar, salchichas grandes como pollas que han resultado no ser salchichas (ni tampoco pollas eeh), costillas a la barbacoa, piruletas de panceta y alguna cosa más de la que ni me acuerdo. También he visto los insectos fritos y supongo que alguno caerá, pero hoy ya teníamos el estomago suficiente revuelto con tanto picoteo como para experimentar más.
No penséis que soy un maufas que solo piensa en comer. No, también soy un tío elegante y hoy me he ido de compras para darme un caprichito. Me he comprado calcetines a 26 céntimos el par y calzoncillos a 33 céntimos la unidad. Los calzones son para verlos. Los que llevaba mi abuelo en la mili son alta costura comparados con estos. No creo que vaya a pasar pero como suene la flauta y justo el día que los lleve puestos conozca a una moza con ganas de tema ya os digo yo que prefiero no follar o follar vestido a que me vea con ese engendro puesto.
Día 4. Diarréa asiática.
Una de las consecuencias de la dieta variada que os contaba ayer es que cuando menos te lo esperas te viene un retortijón traicionero y tienes que salir disparado al tigre más cercano. Gracias a Dios este país está muy bien preparado al respecto y no es difícil encontrar un baño público donde liberar espacio. Y contrariamente a lo que una mente occidental tiende a pensar aquí los baños suelen estar muy limpios.
Ayer Miguelín y yo tuvimos un par de momentazos en semejante tesitura. En su caso fue una mala planificación de los recursos necesarios para terminar limpiamente la operación. Vamos, que se quedó sin papel. Tampoco era difícil pues entró al baño con solo dos toallitas y una la empleó en limpiar el borde de la taza. Él confiaba en que una sola toallita bastaría si la operación era limpia y sólida pero no fue tal el caso sino que la defecación fue en modo aspersor. Así, habiendo pintado la taza a pistola, la única toallita de la que disponía era claramente insuficiente para acabar la faena por lo que tuvo que recurrir al plan B y remojarse el ojete con la manguerita que hay en los retretes tailandeses junto a la taza. Ésta manguerita en teoria está para eso pero los machos occidentales somos más de usar papel higiénico y siempre nos da un poco de cosa darnos con un chorrete en la zona cero. Pero Miguelín salio del baño bastante contento por lo que creo que yo también me voy a dar un manguerazo un día de estos.
Por mi parte, después de comer ayer por la tarde lana de cerdo (no preguntéis, yo tampoco sé lo que era pero tenía textura y aspecto de lana y sabor a cerdo) tuve que salir echando ostias buscando un baño. Lo que encontré era más una letrina que un baño pero apurado como iba cualquier agujero me valia. La «taza» era una especie de bidé sobre el que tenías que subirte en cuclillas y la cisterna consistía en un balde de agua y un cuenco del que te servías tú mismo. No era momento de exquisiteces así que me bajé los pantalones y mis elegantes calzoncillos nuevos y me encaramé a la taza/bidé. Pronto descubrí que en esa posición y con mi poca flexibilidad era muy probable que la mercancía no acabase en el agujero sino en mis bolsillos traseros así que con una mano tuve que agarrarme los pantalones y estirar hacia delante el brazo libre para tratar de mantener el equilibrio. Para que os hagáis una idea mi postura estaba a medio camino entre la de la grulla de Karate Kid y la de Gollum. Como la diversión nunca acaba en la casa de la risa cuando parecía que todo estaba bajo control y que a pesar de lo patético de mi postura iba a conseguir acabar la faena de manera triunfal vi con pavor como un mosquito gordo como un garbanzo me revoloteaba delante de la cara antes de descender en picado y meterse entre mis piernas. Con mis partes más nobles expuestas y colgando podéis imaginaros que entré en pánico ante la idea de que semejante bicho me picase el escroto por lo que empecé a dar manotazos por ahí abajo tratando de ahuyentar al insecto cabrón. No me cagué en la mano de casualidad y metí prisas a mis intestinos para que soltasen todo el lastre de golpe y poder subirme los pantalones cuanto antes. Lo conseguí y salí del baño sudando como un pollo pero contento por no tener que acabar el día untándome las vergüenzas con Afterbite.
Día 5. Jungla y Chang.
Después de tres horitas de autobús hemos llegado a Chiang Mai. He vuelto a fliparlo un poquito en el viaje porque el paisaje lo merecía. Jungla y campos de arroz. Solo faltaban un puñado de charlies y Chuck Norris dándoles candela para sentirte dentro de una peli de las que le gustan a mi padre.
Otra cosa que me ha sorprendido bastante del trayecto hasta Chiang Mai ha sido el autobús. De las tres clases de buses disponibles, VIP, Primera Clase y Segunda clase, elegimos la Primera Clase básicamente por los horarios porque la diferencia de precio entre ellas era irrisoria. El billete nos ha costado 4 euretes y poco. Por ese precio uno se imagina que va a viajar entre gallinas y fardos de paja pero una vez más mis prejuicios occidentales estaban equivocados. Aire acondicionado, asientos reclinables y un baño muy decente. Hasta aquí nada que no tengamos en España, vale, pero nada más arrancar el autobús una señora nos ha repartido a cada uno botellas de agua fresquita y galletas de chocolate y poco antes de acabar el trayecto también ha repartido toallitas refrescantes. Yo en España cojo el AVE bastantes veces al año, me clavan 50 boniatos mínimo y que me den por culo si alguna vez me han dado una puta botella de agua.
Probablemente habría disfrutado todavía más del viaje si anoche no me hubiesen dado las cuatro de la mañana con Miguelín en el jardín del hotel bebiendo cerveza Chang entre batallitas y planes futuros. Compaginar la ajetreada vida del turista con la del borracho semiprofesional va a acabar conmigo.
Siguiendo con el tema de la comida callejera, que realmente me está dejando anonadado en este país, entre ayer y hoy he comido:
Pollo a la brasa con sésamo, ensalada de papaya, cerdo a la brasa, dumplings rellenos de algo, tortilla de ostras, pollo picante rebozado, brocheta de intestinos de algún animal pequeño, pescado a la sal hecho a la brasa, sopa chunchinchom (ese no es su nombre exacto pero es lo que he entendido cuando Winnie me ha dicho como se llamaba esa sopa maravillosa y picante como su puta madre), espeto de alitas, codornices a la parrilla, una especie de mariscada, arroz mezclado con la salsa que nos había quedado de la mariscada, noodles al curry y un sinfín de fruta fresca a granel y zumos y batidos variados. A este paso no voy a caber en el asiento de mi vuelo de vuelta a España y voy a tener que volar en la bodega del avión.