Tailandia 0 1 2

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Día 0

Vamos a empezar la historia con un consejo viajero. Si os vais de viaje al quinto coño y estáis algo nerviosillos al respecto ni se os ocurra pillar un vuelo que sale a las nueve y media de la noche. No por el vuelo en sí, porque para poner sin contratiempos en el aire un cacharro de 300 toneladas de metal lo mismo da que sea la hora del desayuno o la de la cena, sino por el ansia viva que te reconcome por dentro hasta que se pasa todo el santo día y llega la hora de poner por fin tu culo en el asiento del avión. Si pillas un vuelo que sale por la mañana o como muy tarde a la hora de comer no te da tiempo a ponerte nervioso. Te despiertas, te la pelas, te das una ducha, terminas de apretarlo todo en la mochila y sales para el aeropuerto. Pero yo desde que me cai de la cama todo espídico a las seis de la mañana llevo todo el santo día dando vueltas por casa como pollo sin cabeza sin saber qué hacer. No era cosa de pelármela otra vez así que he perdido la cuenta de las veces que he rehecho la mochila y las que he comprobado que no me había caducado el pasaporte mientras dormía. Cuando estaba a un paso del trastorno obsesivo compulsivo, mi padre, preocupado sin duda al verme abrir y cerrar la mochila ochenta veces como un puto monguer ha encontrado la solución y me ha puesto a limpiar la alcantarilla del garaje. Se me ha pasado la tontería echando ostias aunque luego me olían las manos a cloaca y he tenido que frotar con ahinco en la ducha no me fuesen a prohibir volar por guarro. Aún no hemos cogido el avión, a puntito estamos, pero Darry me asegura que no me huelen las manos a sumidero, o sea que creo que por lo menos a Doha me dejaran volar, y de ahí a Hong Kong. Os dejo que tengo todavía media birra por acabarme antes de subirme al avión.

 

 Día 0.1

A los pobres se nos reconoce a la legua cuando viajamos con una aerolínea que no es low cost. No solo por la cara que ponemos al pasar al avión y mirar de refilón hacia las zonas de Primera Clase y Business. Esta cara que se nos queda vendría a ser la de “qué hijos de puta qué hijos de puta” combinada con la de “dientes dientes” de la Pantoja. “Somos pobres pero que no sepan que nos dan envidia, tú sonríe Manolo”. El siguiente hecho diferencial por el que se nos cala enseguidita a la clase obrera cuando pretendemos jugar en la liga de los mayores es que en cuanto llegamos a nuestros asientos asignados empezamos a aullar como niños el día de Reyes al ver la cantidad paquetitos y utensilios con las que nos agasaja la aerolínea. En nuestro caso, Qatar Airways nos tenía preparados para cada uno mantas, cojines, auriculares (de diadema y molones y no esos gualtrapas que te dan en el tren y que una vez que se te lían no los vuelve a desliar ni Hercules), tapones para los oídos, un antifaz (no el del Zorro sino de los que evitan que te dé la luz en la jeta al dormir) un cepillito de dientes muy cuqui y unos calcetines!! Ante este despliegue el verdadero pobre no puede evitar una pregunta que le sale de lo más hondo de su alma precaria “¿pero esto no habrá que pagarlo no?» No, ni eso ni la opípara cena que nos sirvieron, ni el el café y sandwich para desayunar ni las dos copazas de vino que se está metiendo un servidor entre pecho y espalda mientras escribe esto. Y no sé si es el mejor vino que he probado nunca o que el mezclarlo con el Diazepam me está haciendo fliparlo un poco. De todas las chorradillas que diferencian a un vuelo de este tipo de los que solemos coger la mayoría con Ryanair o Easyjet, y aparte de que aquí tienes más sitio en el asiento y no te ves obligado a volar en posición fetal, lo que más me mola es la pantallita esa que tienes justo delante para ti solito y en la que puedes ver el recorrido del avion en tiempo real, montones de películas de estreno o escuchar música de todo clase. Yo de las pelis he pasado pero creo que he picoteado en todos los discos que había. Mala suerte ha sido que justo la azafata haya venido a preguntarme si quería café justo cuando tenía en pantalla en “Baby one more time” de Britney Spears. He cambiado rapido a AC/DC pero el daño ya estaba hecho. Estamos llegando a Doha y lo primero que vamos a hacer es buscar la sala de fumadores antes de terminar comiéndome un Lucky Strike.

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Día 0.2

Hoy desde el avión hemos visto amanecer y ponerse el sol en apenas unas horas, nos sirven desayunos al ratito de cenar y entre medias vienen con un café o un tentempie. Mi estómago no sabe lo que está pasando pero se lo traga todo porque es gratis, a excepción de un yogurt que he preferido dejarme pues ya estaba al borde del empacho y me he visualizado en el baño soltando lastre sobre Nueva Delhi.

Ahora mismo estamos sobrevolando Dhaka, capital de Bangladesh, y no ha hecho falta buscarlo en la pantallita porque un tipo que llevamos detrás nos ha informado de ello amablemente al ver que Darry y yo pegábamos la jeta a la ventana para contemplar unas preciosas montañas cubiertas de niebla a unos 40.000 pies por debajo de nuestros culitos. De hecho, el tipo este tan majete que nos ha dado la información es el típico que por su vestimenta si lo veo en la cola de embarque de mi vuelo a no sé, por ejemplo Paris, mi cerebro de gañán no habría podido evitar un fugaz prejuicio ignorante y cagueta. El hombre va vestido de pastún, como irán casi todos en su pais, pero para gran parte del imaginario colectivo occidental eso es ir vestido de terrorista. En fin. A ver cuando espabilamos todos. Y hasta aquí nuestra clase de buenismo barato de hoy.

Otro pasajero, mi vecino de la izquierda, un yanki de Pensilvania de nombre Mark, está teniendo el viaje de su vida, por los cojones. Por h o por b la cosa es que el tío ha subido al avión con más sueño que un oso en invierno y lo primero que ha intentado es hablar con las azafatas (luego hablaremos de las azafatas) para ver si en vez de a nuestro lado le podían poner en una fila vacía donde pudiera tumbarse en los tres asientos. El tipo, muy educado él, nos ha dicho que no nos lo tomasemos como una ofensa hacia nosotros, pero que necesitaba descansar porque estaba hecho polvo y se caía de sueño. Pero no ha sonado la flauta y muy amablemente las azafatas le han dicho que nanai, que no había ni una puñetera fila con los tres asientos vacios y que se tenía que quedar a mi vera. En un último intento desesperado el yanki ha preguntado si podía ir a tumbarse a Business, que se portaría bien y no pediría ninguno de los privilegios que esa clase conlleva. Pero de nuevo le han dicho que ni hablar de peluquín. Así que al somnoliento americano no le ha quedado más remedio que intentar dormir sentadito en el asiento como todos. Pero, entre que aqui cada dos por tres te vienen ofreciendo algo de comer o beber, que Darry y yo tenemos nuestras necesidades fisiológicas y él está en el asiento del pasillo y que justo un par de filas delante hemos llevado durante todo el trayecto al bebé campeón de berrea del sudeste asiático, el pobre hombre ha dormido menos que Pocholo en los Sanfermines. Por si fuera poco en un momento de tranquilidad donde parecía que el pobre había caído por fin frito a un bienintencionado vecino de Ciempozuelos que no había reparado en su sopor no se le ha ocurrido otra cosa que ofrecerle un chicle y despertarlo. Raro es que no me haya hecho tragar el paquete entero.

Estamos aterrizando en Hong Kong y antes de bajarme del avión tengo que declarar mi admiración cercana al enamoramiento hacia todas las azafatas que nos han atendido en éstas más de quince horas de vuelo. Sobre lo requeteguapas que son no voy a entrar demasiado (pero podría hacer un monográfico, madre mía madre mía madre mía) más que nada porque de eso tiene más culpa la genética que ellas mismas, pero con lo majisimas y atentas que han sido durante todo el trayecto han conseguido que me vaya del avión deseándo montarme otra vez mañana mismo. Seguramente las obliguen a ser así de amables pero algunos gestos que han tenido con nosotros y con algún pasajero cercano creo que no pueden deberse solo a mantener la «imagen de empresa» sino que indican más bien que son más buenas que el pan (en más de un sentido) y se desviven para que estos viajes tan coñazo se nos hagan lo más llevaderos posibles a los pasajeros.

Después de 12.000 kilómetros de viaje el avión acaba de iniciar el descenso hacia Hong Kong, allá vamos.

Actualización. Aunque muchos ya lo habéis visto en vídeo si no lo digo con las mismas palabras que hace seis años reviento: después de tres aeropuertos, dos aviones, un tren, un ferry y un paseíto por la jungla, ya estoy en casa de Miguelín en Hong Kong!!!

 

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Día 1. Botellón en Hong Kong.

Estoy borracho. Muy borracho. Así que espero que me perdonéis si la cantinela de hoy es esquemática tirando a breve. De hecho no sé ni como estoy escribiendo esto cuando lo que me apetece es vomitar. Pero como os tengo cariño y además en el ferry en el que voy no está muy bien visto vomitar por la borda voy a hacer un esfuerzo por juntar unas pocas letras para entreteneros. Me he subido a la cubierta del ferry a escribir esto mayormente para que me dé un poco el aire en la jeta a ver si me se pasa la castaña pero también para fumarme un piti. Con el viento que pega aquí en la cubierta y la mierda de mechero que tengo he tardado diez minutos en encenderme el cigarro y ahora que por fin lo he conseguido acabo de ver un cartel delante de mí donde pone que está prohibido fumar en cubierta. Su puta madre, yo ya no lo apago, que me multen o me tiren por la borda si se atreven. Lo dicho, voy a ser esquemático porque un exceso de cerveza china, Tsingtao se llama la jodía, no me permite mucho más.

Da gusto ir de viaje con alguien como Darry. Esta mañana en otro ferry Darry ha llorado, literalmente, de lo jodidamente contenta que estaba al ver lo que tenía delante, la bahía de Hong Kong. Yo no he llorado al ver sus lágrimas por hacerme el machote pero al verla tan emocionada he llorado por dentro más que ella.

Yo también lloré anoche pero no de alegría sino por culpa de un «pollo picante» que me sirvieron mis anfitriones para cenar. No penséis que estoy exagerando, no, casi me muero por comerme dos putas guindillas que acompañaban al pollo. De hecho ese pollo y esas guindillas han estado hoy bailando la conga en mi estómago hasta que he conseguido pasar pagina tras tres visitas a los baños públicos hongkoneses. Que sepáis que esto que estáis leyendo ha sido escrito en su mayor parte sentadito en la taza de varios retretes chinos. Tengo que sacar tiempo para escribir de donde puedo.

El día ha acabado, por ahora, porque a ver qué me encuentro al bajar del ferry, bebiendo muuuuchas cervezas con dos de Ciempozuelos, Sebas y Miguelín, y una tarragonina en unos escalones justo debajo de un rascacielos de 410 metros. ¿Se puede pedir más?

Se me olvidaba…no es por tirarme el pisto pero hoy he pedido la cuenta en un restaurante…en chino!!! Mis profes de EGB no iban tan desencaminados al ponerme en las notas que era muy distraído pero tenía mucho potencial.

 

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Día 2. La carrera de la muerte.

¿Habéis visto la película «Resacón en Tailandia? Yo no, pero la estoy protagonizando hoy mismo. Como ayer me temía, la insensata ingesta de cerveza continuó al bajar del ferry en Lamma, la isla donde vive Miguelín. En su casa seguimos empinando el codo, contando batallitas (una suya de la mili con un cerdo de protagonista todavía me está haciendo partirme el culo yo solo ahora al recordarla), berreando éxitos de ayer hoy y siempre e incluso bailando algún temita. Lo último que recuerdo es ver a Miguelín y Darry agarrados bailando merengue mientras yo caía desmayado en el sofá pensando en que me río yo del jet lag.

Cuando me he despertado esta mañana la vida me ha devuelto el golpe y se ha reído de mi puta cara en forma de dolor de cabeza inhumano y malestar generalizado. No había suficiente ibuprofeno en el mundo para calmar ese penar así que como almas en pena nos hemos ido poniendo poco a poco en marcha porque no nos quedaban más cojones, nos íbamos a Tailandia!

Y que me den por culo si no hemos estado a punto de quedarnos sin Tailandia. Menos mal que en este viaje voy con más gente que pueden confirmar lo que os cuento, si no sé que más de uno pensaría que ciertas cosas me las invento porque no puede ser que me pasen todas a mí. Me explico. Esta mañana hemos llegado al aeropuerto con tiempo de sobra para el vuelo pero poco antes de subir al avión hemos decidido picar algo porque nos esperaba un viaje de tres horitas con una aerolínea low cost donde no te dan ni panchitos. El primer error ha sido elegir el McDonalds, pensando que seria lo más rápido. Nos han tocado delante en la cola todos los chinos indecisos del país y hemos tardado en poder pedir bien a gusto diez minutitos. Nos hemos zampado las hamburguesas corriendo y ya con un ojo en el reloj pero aún no muy agobiados porque desde donde estábamos sentados se veía el cartel de nuestra puerta de embarque, la 219, difícilmente se me olvidará ese número. Cuando quedaban unos diez minutos para que saliese el vuelo hemos ido hacia allí para descubrir que ese cartelito que habíamos visto solo indicaba una dirección con una flechita. Oh oh. El diametro de mi orificio anal se ha contraído de golpe. La puerta no estaba ahí al ladito como creíamos sino que para llegar a ella había que:

Bajar tres tramos de escaleras mecánicas

Coger un tren (como buenos cenizos el tren que estaba en el andén lo hemos perdido por segundos y hemos tenido que esperar dos minutitos al siguiente) que tardaba como cuatro minutitos en llegar a otra terminal.

Subir tres tramos de escaleras mecánicas.

Recorrer 500 putos metros hasta la puerta 219 que como no podía ser de otra forma era la que más lejos estaba de donde te dejaban las escaleras mecánicas.

Cuando íbamos en el tren llevábamos ya cara de «perdemos el vuelo sí o sí, somos gilipollas» aunque Darry me dice ahora que ella no estaba preocupada pero ya os digo yo que eso se debe a lo feliz y ultraoptimista que es o porque no era consciente de la gravedad de la situación.

Yo de mozo era el que más rápido corría de mi clase y mientras esperaba a que se abriesen las puertas me he sentido como la última esperanza blanca en cuyas piernas recaía la responsabilidad de que pudiesemos coger ese avión. Al abrirse las puertas del tren he corrido como si me persiguiesen caníbales. No corría tan deprisa desde las clases de gimnasia con la Matamoros en el instituto. Esos 500 metros desde las escaleras mecánicas hasta la última puñetera puerta de embarque de toda la terminal han sido de los más intensos de mi vida. Resoplando como un búfalo, cargado con el mochilón de un marine y parando cada 50 metros a toser como un tuberculoso he maldecido cada puta cerveza y cigarro que me apreté ayer, lo que nos hace un total de unas 20 o 30 maldiciones.

He llegado a la puerta de embarque gritando «wait waiiiiit» mientras una azafata me gritaba algo a su vez que no he entendido pero que por sus gestos y tono no era nada bonito. He puesto el pasaporte en el mostrador, he seguido tosiendo haciendo tiempo para que llegasen mis amigos y tres minutos después, con la sensación de haber librado a mi tribu de la extinción, he posado mi culo en el asiento del avión. Una hora después seguía resoplando por la puta carrerita pero más contento que unas pascuas porque la siguiente parada era Tailandia.

Dime algo, que me hace ilusión

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