El mejor y más ajetreado noviembre que consigo recordar toca a su fin. En los primeros veinte días del mes empalmé una despedida de soltero, un viaje a Edimburgo, un bodorrio, un viaje a Amsterdam y como fin de fiesta un conciertazo de The Cure. Suena guay, y lo ha sido, pero como los vuelos los tenía en Barcelona y los eventos sociofestivos han tenido lugar en Madrid y Valladolid también he tenido una buena ración de trajín logístico y existencial. Por no hablar de que en RENFE me quieren hacer hijo predilecto y mi cuenta corriente ha sido declarada zona catastrófica.
Aunque me haya quedado con una mano delante y otra detrás para afrontar el inminente diciembre, mes famoso por ser propicio para el ahorro y la contención del gasto, firmaba ahora mismo que la mitad del tiempo que me queda hasta que estire la pata sea la cuarta parte de ajetreado que este último noviembre. O no, casi que no lo firmo, pensemos a lo grande.
Si en los primeros veinte días del mes no paré quieto en esta última semana lo he compensado con creces (por si alguna vez os lo habéis preguntado las creces son el aumento de volumen que adquiere el trigo en el granero al traspasarlo de una parte a otra, por eso seguimos refiriéndonos a ellas cuando queremos hablar de un incremento de algo…sí, lo acabo de buscar) y solo he abandonado la posición horizontal cuando las necesidades fisiológicas me han obligado a ello. Algún paseíto por la playa si que me he dado pero a paso de pensionista con lo que no estoy quemando casi ninguna de las tropecientas calorías que ingiero al día, repartidas en decenas de viajes a la nevera, más por aburrimiento que por hambre.
Ahora toca volver a currar. Ganas tengo las justas pero como todavía no se me ha ocurrido la gran idea que me permita vivir sin dar un palo al agua (y a poder ser dentro de la legalidad) no me queda más remedio que trabajar. No me voy a quejar ni un poquito porque a mí también me afecta ese virus que nos vienen inoculando desde hace tiempo y que nos hace repetir como un mantra aquello de “tienes trabajo, no te quejes”. Esta manera de pensar es una de las secuelas más perniciosas de nuestra querida compañera la crisis económica. Como hay gente en situaciones mucho peores que la tuya tú eres un ser ruin e insolidario si se te ocurre quejarte. Además de los dramas particulares que la crisis nos ha deparado y de todo el terreno que se ha retrocedido, y que nunca se recuperará pues de eso se trata, la guinda al pastel ha sido ese caballo de Troya que nos han instalado hábilmente en el coco. No te quejes porque tú al menos tienes algo. Ocúpate de conservarlo y déjate de soñar.
Jolín, yo solo quería exponer la pereza que me da volver al curro y si me descuido acabo proclamando la revolución obrera. No me hagáis mucho caso, después de veinte días girando como una peonza y una semana tumbado a la bartola cualquiera perdería un poco el contacto con la vida real. Y esto me viene como dedo al culo para dejar que sea Woody Allen el que se despida: “La vida es un proyecto estúpido y sin ningún tipo de sentido. La única manera de sobrevivir es contarse mentiras».