En mi reciente visita a Ámsterdam he descubierto que el “Volcán” es una práctica sexual que se desarrolla en tres actos o movimientos:
1- Te petan el ojete a base de bien
2- Se te corren dentro
3- Expulsas toda la mascá de golpe tirándote un buen pedo.
Suena bien ¿eeh? Un plan fenomenal para esas aburridas tardes de domingo. Siento decepcionaros pero mi conocimiento de esta modalidad amatoria se limita al plano teórico, nos lo contó un guía turístico muy salao. Yo todavía no he llegado tan lejos en mis parafilias y una tía desnuda con unas medias puestas ya me aporta la dosis de morbo diaria recomendada.
Aparte de aprender nuevas técnicas de fornicio también hemos hecho más cosas. Diría que menos irnos de putas hemos hecho de todo. Lo que más, andar. Unas veces por gusto y otras por perdernos creo que podemos decir que hemos visto Ámsterdam enterito, pocas calles nos quedarán sin pisar. Según el móvil de Alba el día que más anduvimos hicimos veintiséis kilómetros. Al día siguiente veinticuatro. Después de tanto pateo había que descansar y algún coffe-shop que otro también hemos visitado. Yo conseguí volver al lugar del crimen, el Dampkring, un coffe-shop donde hace dieciocho años pillé un globo descomunal por culpa de un peta de Super Skunk Special, no se me olvidará ese nombre en la vida. Poco debo haber aprendido en estos dieciocho años pues otro peta, esta vez de Silver Super Haze, me pegó tal estacazo que casi me hace repetir el numerito de antaño en ese mismo sitio. Esta vez creo que me quedé a tres caladas de aplatanarme allí durante horas partiéndome de risa y sin encontrar el modo de llegar hasta la puerta.
¿Sabes cuando te recomiendan tan bien un sitio que al final cuando vas no es para tanto y más bien te parece un cagarro? Pues por una vez no nos pasó! El mismo guía turístico que nos iluminó en lo variopinto de los gustos sexuales de la peña también nos recomendó algunos sitios interesantes (lease bares) fuera de la zona más turística por si nos apetecía pasarnos a echar una birra. Nos apetecía y mucho así que le hicimos caso decantándonos por buscar el Waterhole (al que enseguida cambiamos el nombre por Watermelon) para saciar nuestra sed y escuchar música en directo. Nos llevó un rato largo encontrar el Watermelon no porque estuviese lejos sino porque somos algo duros de mollera. Yo especialmente odio preguntar por la ubicación de algún sitio que busco y lo evito hasta que no me quedan más cojones que hacerlo al estar totalmente perdido o haber llegado a los confines de la tierra. Después de una nueva pateada kilométrica y tras preguntar un par de veces conseguimos encontrar el dichoso bar. Y resulta que estaba a cinco minutos de nuestro hostal, fíjate. Sea como fuere la pateada mereció la pena. Nos encontramos un bar grande, tipo americano (o al menos tipo peli americana), chulo y acogedor, con muy buena música, zona para fumadores todoterreno y un escenario en el que durante toda la noche hubo música en directo. Y qué música. Había organizada una jam session y los músicos que pasaron por el escenario nos regalaron un montón de temazos clásicos y no tan clásicos. Podría extenderme y aburrir a las ovejas pero me quedaré con que entre otras joyitas allí sonaron el “Good Times Bad Times” de Led Zeppelin, el “Back to Black” de Amy Winehouse y el “Superstition” de Stevie Wonder. Como dice la canción de Sabina “nos pusimos como motos con la birra y los canutos” y si a esto le sumamos la magnífica banda sonora el resultado obvio es que acabamos bailando alegremente. Bailando y aullando. Ya os digo yo que los músicos que esa noche tocaron allí no habían tenido en mucho tiempo un público tan entregado como nosotros. De entre todos los clientes del bar era fácil adivinar quienes eran los españoles. Los del rincón, los que bailaban, saltaban, cantaban, gritaban y hacían frecuentes visitas a la barra para pedir. Siempre que me escapo unos días a alguna ciudad extranjera me quedo con las ganas de salir de noche y desfasar un rato en algún bar o club molón (beber yo solo en un rincón de la barra de un garito no cuenta como desfasar) aunque esto es cosa harto difícil cuando llevas en pie desde las 07:00 y estás hecho polvo tras patearte media ciudad. Pero el otro día saldé esa cuenta. Y de la mejor manera posible. No todos los días bebes, fumas y bailas mientras una rubia de muy buen ver te canta el “Back to Black” en un garito guay de la ciudad del vicio.
El hecho de desparramar un poco por la noche y levantarte pronto por la mañana se tenía que llevar algo por delante. Y ese algo ha sido el descanso. Hemos descansado poquito tirando a muy poquito. Lo bueno de esto es que llegábamos cada noche a la habitación hechos un guiñapo y con ganas solo de meternos en la piltra y dormir. Llegar a la habitación con intención de continuar un poco la juerga hubiese sido difícil de gestionar. Como en este viaje nos liamos la manta a la cabeza con ir a Ámsterdam, costase lo que costase el billete, al final este se nos llevó buena parte del presupuesto por lo que tuvimos que recortar en el tema del alojamiento. El resultado ha sido un hostal, el Hans Brinker Hostel, donde pudimos disfrutar de la Suite Imperial, un cubículo de 3 x 2’5 metros donde dormíamos los seis en tres literas. Tras haber superado estas tres noches en ese zulo, durmiendo tan pegados que podíamos cogernos todos de la mano desde nuestras camas, y haber conseguido no sacarnos los ojos unos a otros o perder la amistad, está claro que juntos podemos superar cualquier reto que nos pongan por delante.
¿Alguna vez le habéis puesto una raya a una parejita de chinos? Yo sí. Y sí, con “raya” me refiero a lo que estáis pensando pero antes de torcer el morro dejadme que me explique. En Ámsterdam hay muchas Smart Shops, que no son tiendas de móviles sino sitios donde puedes comprar drogas legales, compuestas en su mayoría por extractos de hierbas que en teoría producen efectos similares a los de otras drogas menos legales. Visitando una de estas tiendas vi algo que me volvió a retrotraer a mi viaje del 98. Sobre el mostrador tenían una placa pequeña de piedra y sobre esta un botecito de “herbal speed”, (un compuesto de especias estimulantes como por ejemplo la canela) y un par de utensilios para que los clientes prueben el material de manera gratuita haciéndose una rayita y metiéndosela ahí mismo. En mi viaje a Ámsterdam del siglo pasado sí que lo probé pero esta vez no me metí nada porque ya era el último día y no tenía el chocho para farolillos aunque igualmente trasteé con la piedra y el instrumental. De pronto una chica de rasgos orientales se me acercó junto a quien supongo que era su novio y señalando el botecito me preguntó en inglés “¿podemos? con la cara con la que se lo pregunto yo a la azafata que sostiene una bandeja de croquetas en el super. Le dije que se confundía, que yo no trabajaba allí pero que claro que podían meterse un tiro, que para eso estaba. La chica señaló de nuevo el bote y el instrumental y me preguntó si podía hacérselo yo. Y como yo me apunto a un bombardeo preventivo de la OTAN enseguida me puse manos a la obra encantado de ese momento de protagonismo inesperado. Sé como se hace porque lo he visto en la tele así que en un plis la parejita tenía delante un par de rayas de speed orgánico. La chica se metió la suya y grabó a su churri mientras hacía lo propio. Me dieron las gracias como solo los orientales saben darlas y me fui más ancho que Pancho pero preguntándome al mismo tiempo por qué demonios me hacía ilusión lo que acababa de pasar.
Ha tenido que ser en mi tercera visita a Ámsterdam cuando por fin he podido experimentar algo muy típico de aquella ciudad. Todo ocurrió ya casi en el tiempo de descuento, camino de Amsterdam Centraal para coger un tren que nos llevase al aeropuerto. Poco después de salir del hostal, caminando por una calle poco concurrida y ciertamente algo empanado, escuché el temido “ring ring” y al no ver ninguna bici delante de mí supe que el peligro me venía por detrás. Me giré raudo para ver por donde escapar del posible atropello pero solo me dio tiempo a ver como un tipo me embestía con su bici. Pese a darme un buen golpe en un costado la cosa pudo ser mucho peor pues al menos no llegó a tirarme al suelo ni se cayó él. Su encontronazo contra mi cuerpecillo lo hizo desviarse hacia la acera con todos los visos de ir a darse un buen guarrazo pero el tipo demostró un buen manejo de la bici ya que primero evitó un pilote dando un bandazo y al momento y con otra hábil maniobra se libró también de acabar empotrado contra un coche aparcado. El hombre siguió su pedaleo sin ni siquiera girarse a preocuparse por mí o cagarse en mis muertos y yo me quedé con el susto en el cuerpo y pensando en lo peligroso de una ciudad que cada día enfrenta a miles de ciclistas pedaleando a toda pastilla contra miles de peatones fumaos.
Que bien os lo pasáis. A la pròxima me puedo apuntar? Besos
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Hay que pasarselo bien ahora que podemos…que el resto del año ya sabes lo que hay…
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