The Dark Mojón

Ya estoy de vuelta. Y me he despedido de Edimburgo llorando. Literalmente. Pero no de pena sino de sueño. A las 03:50 me ha sonado el despertador y entre bostezos y lagrimones he agarrado el petate y me he largado a pillar un bus que me llevase al aeropuerto. Conseguir un billete de ida y vuelta por cincuenta boniatos alguna pega tenía que tener y en este caso era que el vuelo de vuelta salía a las seis y media de la mañana. Y si a las tres de la tarde ya hace frío en Escocia a las cuatro de la mañana eso era la puta Invernalia. Cuando he llegado a la parada todos los que esperábamos en la fila para subir al bus teníamos cara de “me cago en mi puta vida”.

Anoche como despedida de Edimburgo hice mi último tour con guia. Dicho tour tenía por nombre The Dark Side y era un recorrido por ciertos puntos de la ciudad donde se habían producido quema de brujas, apariciones fantasmales, asesinatos, robos de cadáveres y toda una retahíla de asuntos de esta índole. Pero la parte más oscura del tour la puse yo por culpa de una cena mal digerida. Pongámonos en antecedentes. Durante estos días, aparte de los opíparos desayunos de mi B&B, lo único sólido que me he llevado al estómago han sido básicamente trozos de pizza y sandwichs de pollo tikka, ingeridos sin sentarme siquiera sino en plena pateada por la ciudad. Pero ayer decidí darme un pequeño homenaje y meterme entre pecho y espalda un genuino fish & chips. El sitio elegido fue Castle Rock, un pequeño establecimiento que me recomendó Sandra, la guia del primer tour que hice el viernes. Este sitio es famoso no solo por su buen hacer con la fritanga sino por tener una especialidad que así de primeras da un poquito de asquete cuando te la cuentan. Consiste en coger un Mars, la barrita de chocolate con leche rellena de caramelo que todos conocemos, rebozarla en harina y huevo y freírla en aceite hirviendo como si de un san jacobo se tratase. A mí no se me ocurrió probar semejante disparate gastronómico pero en la media hora que estuve dentro del sitio al menos siete u ocho personas entraron a pedir ese cóctel de grasas saturadas. Ante mi incredulidad la dueña del establecimiento me contó que al día venden unas sesenta guarradas de estas. Si os gusta el dulce y tenéis el estómago a prueba de bombas ya sabéis lo que tenéis que hacer si vais a Edimburgo.

Yo pedí para cenar el fish & chips típico, filete de merluza rebozado y patatas fritas. No me extraña que este sitio sea famoso pues cuando me lo sirvieron no sabía ni por dónde empezar. Un filetón rebozado del tamaño de un Ipad y más de medio kilo de patatas fritas. Pero como me pilló con hambre y de pequeño me enseñaron a no dejarme nada en el plato me lo comí con parsimonia hasta no dejar ni rastro de él. Mi estómago, acostumbrado durante los últimos días a recibir poco sólido y mucho líquido, empezó a revolverse a los pocos minutos de salir de Castle Rock. Confiando en que la cosa poco a poco se estabilizase me dirigí al lugar donde habíamos quedado para comenzar el tour. Pero la cosa no se estabilizó sino que fue a mayores. Durante las dos primeras paradas de nuestro itinerario no me enteré de gran cosa de las explicaciones del guía pues bastante tenía con mantenerme en pie y no sentarme en el suelo a resoplar como un cachalote varado en la playa. La fritanga arrastraba a su paso todo lo que se encontró en mi aparato digestivo y llegó un momento en que lo único en lo que podía pensar era en agacharme entre dos coches y soltar lastre. No me podía creer que me estuviera pasando esto y mientras Borja, el guía, nos hablaba de muertos y fantasmas, yo no le hacía ni puto caso y solo miraba a mi alrededor buscando un sitio propicio donde poner fin a mis penurias. Obviamente me daba vergüenza decirles a todos los del grupo que me esperasen porque me estaba cagando vivo y tenía que aliviarme así que fui dejándome caer poco a poco hasta ocupar las últimas posiciones del grupo. En un momento de impass, mientras esperábamos a cruzar un semáforo, hice la espantá y entre sudores fríos corrí sin mirar atrás hacía el primer pub que vi abierto. A pesar de mi hondo penar no quise ser maleducado y apretando el culo me dirigí a la barra con la intención de pedirme media pinta que me sirviese de excusa para atascarles el baño. Pero el camarero estaba absorto dándole coba a una pelirroja a la que yo también le habría hecho más caso que a mí. No podía aguantar ni un segundo más así que busqué el baño y corrí hacia él, entré y después de quitarme la mochila, el abrigo y hasta la sudadera me baje los pantalones y al sentarme en la taza por fin vi a Dios. Dios tenía una pinta bastante repugnante y su aparición fue algo ruidosa pero ya nada me importaba en el mundo. Otra vez vino a mi cabeza la película Trainspotting, exactamente la escena en la que Renton se veía en un brete similar al mío tras haberse metido por el culo un supositorio de opio. No sé cuánto tiempo estuve en el tigre apretando pero cuando salí era un hombre nuevo. Me marché del bar disimulando y con la cabeza gacha por si el camarero había reparado en mi presencia y una vez fuera corrí por las calles de Edimburgo en busca de mi grupo. Por fin la suerte estaba de mi lado y los encontré parados en un puente cercano donde Borja relataba la cantidad de suicidios que se producían allí al cabo del año. Me reincorporé a ellos con cara de haberme parado a comprar pipas y disfruté del resto del tour con una paz interior que riete tu del Dalái Lama.

Y eso es todo amigos!

4 comentarios en “The Dark Mojón

  1. Y no viste el oink oink? ? En la roya mile a la altura de la casa de knox?? Igual estaba cerrado…cuando se les acaba el cerdo se cierra el garito. Y para fish&chips los del puerto de portree en la isla de Skye. A ver si coincidimos y cambiamos impresiones. Un beso

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    1. Lo vi, y pense «mañana me paso»…y lo hice pero efectivamente se les había acabado la materia prima y me quedé compuesto y sin cerdo. Tengo que volver sí o sí a ponerme gocho. Besos!

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