Ella se ha pedido un Nestea y él una mediana de Estrella. Ambos echan una última mirada a sus móviles, los dejan sobre la mesa y se miran con timidez y medias sonrisas. Ella juguetea nerviosa con las manos y él se toca el cogote, haciendo tiempo para encontrar una gran frase con la que romper el hielo. Los dos se lanzan a hablar a la vez y se pisan el uno al otro, se ríen un poco, lo vuelven a intentar y se vuelven a pisar. Se ríen más. Quizá haya futuro para ellos. Qué bonito es el amor y qué pronto se gasta.
Los dos son bastante guapetones. Él con aspecto de futbolista de tercera división, fibrado, moreno, con tupé de tronista y perilla y patillas perfiladas con láser. Ella tiene rasgos irlandeses. Menudita, pecosa, nariz minúscula, ojos claros y melena entre pelirroja y pajiza. Solo con la mitad de eso a mí ya me tendría comiendo de su mano pero es que además lleva dos coletas. My God. Me gustan las irlandesas y las coletas. Y si aparecen juntas en la misma moza apaga y vámonos. Después de la incomparable belleza de cada chica española que conozco las segundas de mi lista son las irlandesas. Y las coletas me ponen mazo las lleve una irlandesa o una gallina.
Pensareis que soy un cotilla sin vida propia por estar aquí pendiente de lo que hacen los demás y no andáis faltos de razón pero ¿qué queréis? Son las dos de la tarde y estoy medio muerto de asco en un bar de playa lleno de jubiletas. La llegada de esta parejita es lo más interesante que ha pasado en las dos cervezas que llevo aquí. Bueno, mentira, lo mejor que ha pasado ha sido ver correr por la playa a un gordo detrás de su sombrilla. El pobre se ha dejado seis meses de vida en doscientos metros de sprint. Si el gordo hubiese hecho como yo y al ver que hacía viento se hubiese venido al bar se habría ahorrado el sofocón. Siempre encuentro excusa en el mal tiempo para no ir a la playa cuando tengo días libres. Hoy hace un sol de justicia pero corre algo de viento y a ese clavo me he agarrado para no ponerme el bañador y pillar la toalla. He ido a la playa cinco minutos solamente para comprobar mi teoría y al ver que efectivamente se levantaba la arena y que los pocos bañistas que había luchaban con toallas y sombrillas me he vuelto a casa satisfecho por tener una excusa objetiva para no ir a bañarme y tomar el sol. Por el camino me ha tentado la idea de irme de cañas directamente pero esa película ya la he visto y no quería cagarla en el minuto uno de mis días libres. Así que he llegado a casa, he aguantado todo lo que he podido recogiendo mi leonera e intentando escribir un poco hasta que me he rendido y después de darme una ducha me he ido de cañas para cagarla en el minuto dos.
Y aquí estoy frente al mar, en el Carolina Beach, pidiéndome la tercera mediana y contemplando cual antropólogo el cortejo de esta parejita de pipiolos que se me han sentado delante. Los envidio porque sea lo que sea lo que tienen entre manos están sin duda al principio de todo. Se nota no solo por sus caras de expectación y porque no dejan de mirarse y de estar pendientes el uno del otro sino también por el hecho de que se han preguntado mutuamente por cada plato de la carta, en plan:
– ¿Te gusta el carpaccio?
– Sí ¿y a ti?
– A mí me gustas tú.
Eso último solo me lo he imaginado pero sería lo suyo ¿verdad? A la mierda tanta pamplina. O te cubres de gloria o quedas como un imbécil. Hemos venido a jugar. La lástima es que pensarlo y escribirlo es muy fácil pero yo tampoco lo hubiese dicho y también me quedarán siempre esas dudas.
Después de darle un buen repaso a la carta y de descubrir que a la pecosa no le gustan las sardinas ni los pimientos de padrón y que al del tupé curiosamente tampoco (espero que sea verdad y que no estés empezando ya a recular chaval) terminan pidiendo lo que el 99% de la gente en estos casos, patatas bravas, chipirones rebozados y alitas. Yo también aprovecho para pedirme otra cerveza mientras me entretengo en escribir esto en el móvil. Mejor apuntar ciertas cosas ahora y no confiar en mi memoria ya que no retengo ni líquidos. Apenas reparo en la camarera que me trae la birra y cuando levanto la mirada veo que me está observando como si fuera otro puto maleducado adicto al wassap. Si ella supiera que estoy sentando las bases de la literatura del siglo XXI
Le doy un buen trago a la cerveza y me enciendo un Lucky mientras observo como los dos pipiolos empiezan a comer. Que se iban a quemar con la primera patata brava lo sabían hasta en el Congo y que el tipo se iba a quemar también con la segunda lo sabía un servidor porque compartimos género y tropezar dos veces con la misma piedra está en nuestra genética. Mientras comen hablan del trabajo y del futuro. Él es socorrista en el Aquopolis y ella trabaja en una tienda de teléfonos de Reus. Él quiere ser bombero y ella sueña con irse a vivir a Londres. Esta chica cada vez me gusta más. Piden algo más para beber y ella cambia el Nestea por una caña. Al bombero le cuesta disimular la sonrisa que le asoma a la jeta al escuchar esto. Viento en popa a toda vela grumete.
Yo ya llevo un buen puntillo tras cuatro cervezas que solo se han encontrado en mi estómago dos cafés mañaneros. Creo que es el momento de retirarme a mis aposentos pues la siguiente cerveza significará el punto de no retorno y hoy no tengo el chichi para farolillos. Con voz ya ligeramente quebrada pido la cuenta a la camarera y dedico un último vistazo a la parejita del día. Como suele ocurrir no han podido comerse todas las patatas bravas y acaban de pedir el postre. El bombero aprovecha para sacar un piti y ofrecerle otro a la pecosa. Ella no fuma pero no le importa que él lo haga. Por ahora. El chaval se fuma el piti deleitándose con cada calada consciente de que si todo va bien quizá pronto va a tener que empezar a fumar menos. La camarera aparece con dos brownies cubiertos de nata y la pecosa tarda un periquete en devorar el suyo mientras que el bombero apenas come y guarrea el postre con la cuchara mirándolo como si tuviese mejores planes para él. Y los tiene el figura. Con la punta de un dedo coge un poco de nata y pillando a la pecosa desprevenida se lo restriega en su pequeña nariz. Ella grita falsamente enfadada y untándose en los dedos los pocos restos de nata y sirope que le quedan en su plato intenta devolverle la jugada al bombero. Él se resiste y entonces ocurre. Sus manos se encuentran en el aire. Él la agarra para evitar que lo manche, ella se deja agarrar y él termina dejándose manchar. Acabado este ritual de apareamiento y las risas consiguientes todo vuelve a la normalidad con solo un pequeño cambio, no se han soltado de la mano.
De las malas mejor no hablamos pero de todas las cosas maravillosas que tiene estar con una chica uno de mis momentos preferidos es cuando coges de la mano por primera vez a la chica que te gusta. A ver, no os equivoquéis, también me gusta follar, pero soy un poco antiguo y ese momento de entrelazar los dedos por primera vez me parece precioso y siempre me ha sacudido por dentro cuando he tenido la suerte de disfrutarlo. Tengo recuerdos muy chulos de cuando he pasado por ese brete. Y como mi vida es una broma el recuerdo más bonito y preciado que tengo de coger a una chica de la mano fue un intento fallido en el que al final me tuve que meter la mano en el bolsillo. Sí, contigo.
Oohh. Que bonito!!!
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