Me voy de crucero. Uno baratito. 50 euros

Imagina la espuma del mar salpicándote la cara y el sol del mediterraneo acariciandote la piel. Imagina unas copas de vino a bordo de un catamarán entre risas, selfies y bailes. Imagina una barbacoa en alta mar. Imagina sumergirte a bucear en algún arrecife cercano. Ahora imagina hacer todo esto deprisa y corriendo en apenas tres horas.

Para lo bueno y para lo malo el low cost ha inundado nuestro ocio y hoy cualquiera puede darse gustazos que ayer estaban reservados para ciertos bolsillos. Aunque no te flipes tampoco, los gustazos que te pegas por cuatro duros no se acercan ni de lejos a los que se pegan los pudientes. Es un sucedáneo, un lujo de marca blanca.

Yo por ejemplo nunca tendré un velero. Nunca hay que decir nunca pero pondría las pelotas en el fuego ahora mismo a que en mi puñetera vida voy a tener un barco en propiedad. Que quede claro que tampoco lo quiero pero como soy un flipi sí me gustaría darme alguna vez un paseo en barco. Y no sé vosotros pero yo no conozco a nadie que tenga barco. Y vivo en la playa joder. Algo estoy haciendo mal. Bueno, conozco de refilón a uno que tiene una zodiac del Decathlon y dos remos. Pero estábamos hablando de un velero. Asumiendo que nunca tendré uno puedo:

1- Ahorrar para poder alquilar todo un día un velero para mí solito por 1000 eurazos

2- Gastarme 50 euros en un paseo de tres horas en catamarán junto a sesenta pobres más

3- Hacerme más amigo del tipo de la zodiac

En el término medio está la virtud así que yo opté por gastarme los 50 euros y echarme a la mar en un catamarán de 23 metros de eslora una soleada mañana de junio. Como soy de natural desconfiado he llegado al muelle de embarque más de media hora antes de la partida porque la suspicacia me había hecho preguntarme esa misma mañana ¿habrá sitio para todos en las redes que cruzan el catamarán o solo para los primeros en llegar? Y heme aquí cogiendo el toro por los cuernos y llegando el primero para disipar dudas. Un rato después me alegro de haber sido tan agonías pues he terminado pillando sitio donde yo quería, tumbado en las redes, con el agua pasándome por debajo casi al alcance de la mano. Otros quince o veinte agonías han compartido mi suerte mientras que el resto, curiosamente casi todos guiris mientras que los de las redes somos casi todos españoles, han tenido que acoplarse en unos asientos que no son ni de lejos tan cool como mi sitio.

Con cinco minutos de retraso levamos anclas y partimos en busca de aventuras de andar por casa. Nada más salir el barco del puerto y antes siquiera de tener uno tiempo de marearse el Dj comienza su sesión y los acordes de un house amable inundan el barco. Al tercer tema del Dj ya empieza a verse movimiento junto a la barra del bar, señal inequívoca de que la hora del guateque ha llegado. Hay vino, cerveza, refrescos y canapés salados. No son las bodas de Canaán pero sí suficiente para contentar a todo el mundo.

La verdad es que si no te da por vomitar y te acompaña el tiempo un paseo en barco siempre es la pera. Y en un catamarán, con la posibilidad de ir tumbado a la bartola sobre el agua, es la pera limonera.  Más aún si le sumamos tres copas de vino blanco, como es el caso. Durante un breve instante, y si se concentra uno mucho, es posible sentirse libre. Por un instante solo. No está mal por cincuenta euros.

En el ecuador de nuestro periplo el barco echa el ancla frente a una cala y el chef anuncia que la barbacoa está lista. Curiosamente los mismos que habíamos conseguido pillar sitio en las redes estamos en primera fila a la hora del reparto de chicha. La pitanza consiste en salchichas, chorizos, morcillas y una especie de pinchos morunos pequeñitos de los que no sé si me comí dos o tres mil. La comida no desmerece del todo pero la fastidian al servírtela en los platos de plástico más cutres que se pueden comprar. Entre lo endeble de la vajilla y los vaivenes del barco más de un chorizo ha terminado saltando por la borda.

Una vez acabada la comida el capitán anuncia que cada uno puede hacer lo que le plazca y la tripulación habilita una especie de trampilla para bajar al agua mientras ponen a tu disposición gafas, aletas y todo el catálogo de cacharros necesarios para jugar en el agua un rato. Ese rato son exactamente veinte minutos. Yo me había gastado cincuenta euros y pensaba hacer todo lo que se pudiera hacer así que bajé al agua a chapotear cual manatí. Pasado el tiempo de recreo te llaman para que vuelvas a subir a bordo y el catamarán emprende el viaje de vuelta al puerto. El sol vuelve a acariciarte la cara y la espuma te salpica como hace un par de horas pero ya no es lo mismo. La historia de siempre en lo que a vacaciones y ocio se refiere, el viaje de ida es la caña y el de vuelta una castaña.

La sensación al final del viaje es que la cosa ha estado bien pero algo no te convence. Después de darle un par de vueltas llegas a la conclusión de que pasear en barco mola mucho pero esa apretada agenda que llevas a bordo tiñe todo de color falsedad y desvirtúa la odisea marina. Nada que no supieras antes de embarcar my friend, con el low cost tienes un poco de todo y mucho de nada. Sería mejor darte un paseo en barco sin barbacoa o ir de barbacoa sin paseo en barco. O hacer lo que sea sin estar rodeado de un montón de desconocidos. Pero te has gastado cincuenta euros majo, ¿qué esperabas? La solución para calmar este desasosiego de quiero y no puedo es hacerte budista o comprarte un velero. Si te lo compras dímelo que quiero comentarte una cosa.

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