Una del Oeste

El sheriff de Muddy Creek era el pistolero más letal de todo Kansas. Y el tipo más gilipollas de todo Kansas también. Se vanagloriaba fanfarronamente de haber matado con su revólver a más de cien hijos de puta en sus cuarenta años de vida. El primero a los once años. El segundo quince días después. Lo suyo era vocación.

El sheriff de Muddy Creek se llamaba Sean Kelly. La gente se dirigía a él como Sheriff Kelly pero cuando hablaban de él todo el mundo lo llamaba “El Último”. Porque Sean Kelly, con su colt aún humeante en la mano, era el último tipo que habían visto cien hijos de puta antes de encogerse de dolor y estirar la pata.

También habría que saber qué entendía el Último por hijos de puta. Ladrones de ganado, asaltadores de bancos, cuatreros y demás gremios de lo vil eran parte de su trabajo y la estrella de sheriff le permitía freírlos a balazos.  Pero ateniéndonos al carácter del sheriff no sería de extrañar que a muchos de esos cien fiambres se los hubiese cargado por cualquier trivialidad o por pura diversión. Porque todo lo que tenía Sean Kelly de bueno con el revólver lo tenía también de mala persona, de macarra y de borracho violento. Un ser sin alma.  Un abusón del colegio con una sola habilidad, pero una habilidad muy útil en estos tiempos y que podía determinar tu estatus social. El Último había llegado a convertirse en sheriff porque era muy bueno liquidando problemas pero sobre todo porque poca gente osaba enfrentarse a él, ni siquiera para disputarle un puesto. Sean Kelly había trepado rápido hasta cargos de mayor categoría y en muchas de esas ocasiones había conseguido el puesto por repentino desinterés o abandono de los que se lo disputaban. El único que se atrevió hace años a disputarle algo, la plaza de ayudante del sheriff de Burning Sand, fue Tyler Hamilton, que finalmente perdió el puesto ante Kelly. No le duró mucho el disgusto a Hamilton pues pocos días después le descerrajaron un tiro en el cogote mientras dormía en un burdel. Nunca se supo quién mató a Tyler Hamilton, o mejor dicho, todos sabían que lo mató Sean Kelly pero nadie se atrevía a pronunciar esas palabras en voz alta.

Los habitantes de Muddy Creek temían el despreciable carácter del sheriff y hacían lo posible por no cruzarse con él, especialmente si éste llevaba horas empinando el codo. En tales ocasiones, lo que venía a ser casi siempre, el sheriff la tomaba con cualquiera que se le cruzase y lo mismo hacía saltar a un pobre diablo disparándole a los pies como obligaba a otro infeliz a desnudarse en plena calle, utilizando el persuasivo argumento de meterle el cañón del revólver en la boca.

Quien más sufría las humillaciones del sheriff era el tonto del pueblo, Tobby, un mocoso de apenas trece años que se había caído de los brazos de su padre al nacer. Tras tal torpeza los padres decidieron que lo mejor para ellos sería abandonar al crío en un orfanato y seguir buscando el sueño americano en otro sitio. Hay quien dice que fue el propio padre quien estrelló al bebé contra el suelo al sentirse traicionado viendo que el niño tenía los ojos azules, a diferencia de sus padres. Esa truculenta versión acaba también con el crió en un orfanato y la madre muerta a manos del marido. Tobby era un chaval escuálido y andrajoso, callado y huidizo, no sonreía casi nunca y solo se le escuchaba reír a carcajadas cuando jugaba con los perros callejeros del pueblo.  Aparte de eso Tobby se pasaba el día entero apedreando botes en el campo. Con mucha parsimonia los colocaba sobre una piedra, se alejaba unos pasos, lanzaba piedras hasta que los tiraba todos y se acercaba de nuevo a colocarlos. Así hora tras hora. Siempre masticando una dura bola de tabaco oscuro

Ya hemos dicho que uno de los pasatiempos preferidos del sheriff Kelly era humillar a Tobby, no perdía ninguna ocasión para ridiculizarlo en público. No solo le daba algún collejón cuando se le antojaba, también lo arrastraba de las orejas hasta dentro del saloon y delante de un corro de pelotas aduladores lo llamaba retrasado, se burlaba de su obsesión por apedrear botes y después de meterle el cañón del colt en la boca le preguntaba si le gustaban las chicas, si había estado con alguna o si es que acaso fornicaba con los perros. Tobby miraba al suelo y con la boca llena por el frío metal respondía a duras penas “no, no, no” mientras las risas del corro de lameculos iban en aumento. Cuando por fin lograba zafarse Tobby huía del saloon con la cara roja como un tomate. Rojo rabia.

Fue la víspera del 4 de julio cuando todo ocurrió. El sheriff había estado todo el día en el saloon bebiendo y antes de ponerse el sol ya se había transformado en la peor versión del cretino miserable que era estando sobrio. Ahora eran las nueve de la noche y Kelly en estos momentos estaba a punto de partirle el brazo a un pobre infeliz que había osado llamar tímidamente a la puerta de la letrina sin saber que quien estaba dentro apretando era el sheriff. Este insensato conservó su brazo de una pieza porque justo cuando el codo empezaba a crujirle uno de los esbirros de Kelly avisó a éste de que el tonto del pueblo acababa de pasar frente a la puerta. Kelly soltó a su presa y salió corriendo en busca de su juguete preferido. Tardó poco en aparecer de vuelta en el saloon tirando de la oreja de Tobby y dispuesto a montar su show.  Zarandeos, golpes, insultos, humillaciones y como fin de fiesta el revólver metido en la boca. Cuando se cansó de su juguete le dió un par de soplamocos y lo despidió con tal patada en el culo que Tobby salió por la puerta trastabillando. Pero a los pocos segundos volvió a entrar y se quedó en el marco de la puerta, mirando al sheriff fijamente. Éste pronto reparó en el chaval y allá que se fue preguntándole a voces si no había tenido suficiente. Sin embargo Tobby esta vez no se quedó a esperarlo sino que salió corriendo hasta pararse en mitad de la calle. Sean Kelly soltó una risotada y lentamente bajó las escaleras de la entrada del saloon y caminó hacia el centro de la calle.

Quedaron frente a frente, separados por unos diez metros. Sería la típica escena de duelo si no fuese porque uno de ellos iba desarmado y era el tonto del pueblo mientras que el otro era el pistolero más letal de todo Kansas. Poco a poco fue saliendo gente de los bares y de sus casas para contemplar tan desigual lance. Algunos le gritaban a Tobby “quítate de ahí retrasao que te va a matar” y otros le gritaban al sheriff  “es solo un retrasao, no merece ni una bala sheriff”. Sean Kelly parecía estar valorando si meterle un balazo a un mocoso retrasado y desarmado no era un poco deshonroso incluso para él. Tobby lo sacó de dudas con un grito:

  • ¡Eee..eees us- usted un un un….un  sa-saco de mi-mierda she-she-sheriff!

Muchos de los presentes se llevaron las manos a la cabeza temiendo lo que se avecinaba y algunos incluso se metieron en casa para no tener que verlo. El sheriff aún no había asimilado que el tonto del pueblo lo acabase de insultar cuando escuchó otra cosa más preocupante:

  • ¡Us-usted m…ma-mato a…a Ty-ty-tyler Ha-Hamilton! -gritó Tobby con todas sus fuerzas.

Un humo negro empezó a salir por las orejas del sheriff. Con un fugaz movimiento de la mano derecha Kelly desenfundó, apuntó y disparó. Tobby ni se movió, seguía allí en medio plantado, al parecer sin un rasguño y con una actitud extrañamente tranquila. El sheriff también seguía allí de pie, mirando estupefacto su mano derecha ensangrentada y el cañón de su colt abierto como los pétalos de una flor. Le había reventado el revólver en la mano al disparar. Kelly miró a Tobby sin entender lo que había pasado. El chaval abrió la boca y escupió una bola de tabaco compacta como el caucho.

  • Vi-vi-vigile do-donde m…mete la la la piii-pistola she-she-riff – dijo Tobby con sonrisa socarrona.
  • ¡Hijo de puta! – bramó el sheriff.

Fueron sus últimas palabras. Tobby se sacó algo del bolsillo y con un latigazo del brazo lo lanzó con fuerza hacia el sheriff. Se escuchó un zumbido cortando el aire y un golpe seco como el que hace un hacha al clavarse en la madera. Sean Kelly cayó de rodillas, con la mirada perdida y un liso y afilado guijarro clavado hasta la mitad en su entrecejo. Todo el mundo quedó en silencio mientras Tobby se acercaba al sheriff. Este agonizaba con ojos de no creérselo aún y la cara teñida de rojo por la sangre que le brotaba de la frente. Tobby lo agarró por el pelo, le levantó la cara hacia él y mirándole a los ojos dijo:

  • Tú ma-matas…tú ma-ma-mataste a…a.. mí mamá.

Al pronunciar la última palabra a Tobby le tembló aún más la voz y dos lágrimas asomaron bajo sus ojos azules.

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