Un tío con suerte

Algo no te carbura bien en la cabeza cuando unas chicas guapas y algo borrachas quieren ir a tu casa a acabar la velada y eres tú al que no le apetece. Gracias a Dios de poco ha servido mi inicial oposición y las señoritas han terminado saliéndose con la suya, lo que viene a ser un pequeño y gráfico resumen de mi relación con las mujeres.

A las cinco de la mañana y después de una buena parranda con los compañeros del curro mis intenciones eran largarme a casa a dormir la mona y no he querido saber nada de alargar más el cachondeo. He cogido el coche y he salido pitando de allí con la única preocupación de no encontrarme con un control de los maderos. Al aparcar el coche en la puerta de casa he visto como un Focus blanco aparcaba detrás de mí y sorpresa!! Tres compañeras de curro me habían seguido hasta mi casa las muy perras. A pesar de mi cada vez más huraño carácter he tenido que reconocer su perseverancia y tesón y me ha parecido justo darles cobijo en casita. A esas tres zagalas se han sumado otro par que al escuchar los tambores de guerra se han presentado en casa en pijama!!

Cinco mozas cinco han venido a alegrarle la noche al gruñón que se quería ir a la cama.  No sabéis cuánto me alegro de haber cambiado de opinión a la fuerza porque entre volver solito a casa y volver con semejante compañía no hay color. Parezco nuevo. Haciendo el idiota y poniendo canciones se nos ha hecho de día. Ahora mismo son las diez de la mañana y creo que ya es tontería acostarse así que me estoy desayunando un Ribera del Duero sentado frente al ordenador. Tamara y Noel se fueron hace un rato a su casa y Yoli, Judit y Miriam duermen como angelitos repartidas entre el sofá y la alfombra. No se han querido ir a la cama las muy cabezonas y aunque también les he insistido con dejarles algo de ropa para que estuvieran más cómodas la cosa no ha colado. Una lástima. Pocas cosas me parecen más sugerentes (por decirlo finamente) que una chica vestida con mi ropa.

Este fin de fiesta con cinco muchachas invadiéndome la casa ha sido el mejor colofón a una noche redonda. Después de una multitudinaria cena con los compis del curro teníamos la fiesta de fin de temporada del trabajo. El primer y el segundo año que asistí a dicho evento salí a gatas del mismo protagonizando borracheras a medio camino entre lo gracioso y lo pestuzo. Con los años mi predisposición ante esa fiesta había decaído bastante y, o bien solo iba para cumplir, aburriendome como un oso, o bien pasaba directamente de ir.  Pero he vuelto a recobrar la fe en la fiesta de fin de temporada gracias a que anoche nos lo pasamos como enanos pastilleros. Mira que la música era mala de cojones, salvo contadas excepciones, pero no bailaba tanto desde mi cumple del año pasado en Bilbao, ese del que casi no vuelvo. Anoche bailamos, cantamos, reímos, bebimos, fumamos y nos hicimos millones de fotos obviamente.  Y como somos gente a la que le gusta hacer las cosas como Dios manda no salimos de la disco hasta que se encendieron las luces y nos echaron.

Mientras mis compis duermen la mona a mi vera y yo escribo esto a golpe de tintorro tengo media sonrisa dibujada en la cara motivada por la certeza de que aunque me guste mucho quejarme realmente soy un tío con suerte.

Dime algo, que me hace ilusión

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