Ya estaba tardando en levantarme resacoso. Anoche me lié un poco con las Grimbergen y Gary, el motero sudista. Ya que me había invitado a una birra tenía yo que corresponderle como buen chulito madrileño. Repetimos el ritual varias veces pero por suerte lo dejamos en tablas antes de tener que volver a nuestras tiendas a gatas. Aunque yo di algún bandazo que otro por el camino y luego tardé cinco minutos en encontrar el saco de dormir dentro de una tienda de 1’80 x 1’50!

Voy a echar de menos ese camping. Ayer me sentí dueño y señor de él, supongo que gracias a las Grimbergen y a que no se veía apenas un alma y pude andorrear a mí antojo por todas las instalaciones. La única tienda era la mía. El resto eran bungalows de madera con una pintaza increible dispuestos alrededor de una cuca zona arbolada cubierta de hierba. Y en esa hierba debajo de un árbol planté yo la tienda. Recordadme que cuando ya no sepa qué demonios contaros os relate los tiros que ha pegado esta tienda que he traído conmigo. Así de cabeza diría que tiene ya más de veinte años. La tenía arrinconada por vieja y por la cantidad de recuerdos que me trae pero he vuelto a echar mano de ella después de dos o tres acampadas con una de esas del Decathlon que se montan en dos segundos. Lo que no te dicen los del Decathlon es que para volver a enrrollar la puta tienda necesitas un Doctorado en Ingeniería Mecánica y la ayuda de una Legión Romana. Con ese engendro elástico el día que te vas del camping te ves obligado a pegarte un madrugón para que te dé tiempo a desmontarla antes de que se pitorreen de tí los vecinos.  Lo sé de buena tinta.

Hoy ya estoy de vuelta en España y hago noche en el Parque Natural de Ordesa. Hasta llegar aquí he pasado por el Col du Soulor, el Col du Aubisque, y ya en la frontera el Col del Portalet, donde he estado diez minutos estupendos parado en un control de la Policía Nacional. Es curioso que a la ida, cruzando por el Portillón, no vi ni rastro de paso fronterizo ni aduana ni policía ni nada. Cruzabas a Francia como el que va al Mercadona. Pero hoy para volver a entrar en mi país me han mirado y remirado los papeles y el coche. Y creo que no han rebuscado más porque al ver por la ventanilla el rastrillo diogénico que llevo en la parte trasera del coche les debe de haber dado pereza ponerse a revolver ese batiburrillo de trastos, ropa y comida.

El camping de hoy no es tan chachi lerendi como el de ayer pero tiene una camarera en el bar que….mmmm….en fin, lo dejo a vuestra imaginación para que no me cataloguen el blog como no apto para menores. Manda huevos que hoy que lo último que me apetece es poner un pie en un bar la camarera esté tremenda mientras que ayer, que no nos fuimos del bar del camping hasta que nos echaron para cerrar, el camarero fuese un cansino empeñado en darnos conversación sobre la Eurocopa, el Brexit o la pesca del chanquete. No me suele importar que los camareros de los bares me den conversación, de hecho lo agradezco, pero lo malo del caso es que Luc, el camarero cansino, a mí se empeñaba en hablarme en un español igualito al francés que habla mi padre. Mi padre se expresa en francés (y en cualquier otro idioma extranjero) hablando en español pero muy alto, separando las sílabas de cada palabra y abriendo mucho los ojos. Y así me hablaba ayer Luc. Sin embargo la camarera del camping de Ordesa apenas ha abierto la boca cuando he venido a pedir una Coca Cola. La jodía sabe que no le hace falta. Haciendo un esfuerzo sobrehumano he conseguido que no me pillase mirándola ni una sola vez. Ahora me duelen los ojos de tanto mirar de refilón.

El karma ha venido a verme y como ayer os quise matar de envidia enseñándoos la piscinita tropical hoy soy yo el que se ha muerto de envidia cochina cuando he visto llegar al camping lo que veis aquí debajo. Puta bida tete.