He oficiado una boda

Lo malobueno que tiene ir de payasete por la vida es que de vez en cuando alguien te toma en serio y te comes un marrón bien guapo por no saber decir que no. Y porque en realidad te gusta.

Gracias a mi abultadísima experiencia en bodas, consistente en haber leído unas sandeces en la de mi hermana y en la de mi amigo Edu, con muy buenas críticas todo hay que decirlo, y sobre todo gracias a mi aún más abultada capacidad para pavonearme de esas dos únicas veces que he participado en una boda, me tocó el premio gordo hace un año cuando dos buenos amigos, Paola y Miguel, me preguntaron si me atrevía y quería casarlos. Por mucho palo que me diese era algo a lo que no puedes decir que no. Es un marrón de agárrate y no te menees pero un regalo precioso también. No estaba en mi inexistente lista de cosas que hacer antes de morirme pero debería estar a partir de ahora en la tuya si la tienes. Los escalofríos que me sacudieron el cuerpo hace unos días mientras casaba a estos tortolitos deberían ser asignatura obligatoria en primero de vivir.

Los nervios que me han acompañado todo el año que ha pasado desde la noticia hasta el enlace tampoco han sido moco de pavo. Al principio todo era ilusión con algo de miedito y al final todo era miedito y ganas de huir del país. Tenía el guión escrito y bastante aprendido pero me asustaba que se me olvidase alguna parte, que se me olvidase todo, que fuese largo, que fuese corto, que no se me entendiese, que no gustase, que no tuviera gracia, que fuese poco serio, que me diese un jamacuco allí mismo de los nervios…no había ningún penoso final para mi actuación que mi cerebro no contemplase. Así suelo afrontar las cosas, te evitas sorpresas desagradables.

Por suerte todo salió bien y a pesar de que me temblaba el alma cuando encendí el micro y comencé con mi rollete la cosa se desarrolló sin contratiempos a excepción de un par de veces que tuve que correr por el jardín para recoger las revoltosas hojas de mi guión sin grapar. No voy a echarme muchas flores a mí mismo aunque me muera de ganas pero por las sensaciones durante la ceremonia y las palmaditas en la espalda de alguna abuelita al acabar la misma creo que a la gente le gustó bastante el enlace.  Los novios ya venían emocionados y llorando de casa, lo que sin duda ayudó mucho. Yo llevaba tanto tiempo anticipando ese momento que se me hizo corto y todo y aunque suene a tópico estuve todo el rato como en una nube de la que ahora no me quería bajar.

Si me bajé de la nube fue para dirigirme a la barra libre. Al decir lo de “yo os declaro marido y mujer” me habían embargado una paz y una euforia que pocas veces he sentido en la vida y mucho menos sereno. Creo que no habría necesitado ni beberme una sola copa en todo el día pero igualmente me puse fino. Entramos ahora en el lado oscuro de la fuerza. Llevaba meses proclamando a los cuatro vientos que ese día en cuanto acabase la ceremonia me iba a desahogar a base de bien de todo el estrés sufrido y vive Dios que así lo hice. Por todo desayuno me había tomado un gintonic antes de la ceremonia para templar los nervios y la cosa ya no paró sino que más bien aceleró. Durante la comida los sufridos camareros se aprendieron mi nombre y mediado el baile yo ya iba dos peldaños por encima de “bolinga” y sólo un peldaño por debajo de “papelón lamentable”. No quedó invitado con quien no me hiciese una foto ni señora a la que no plantase dos besazos en la mejillas. Según me cuentan tengo que agradecer al hermano de la novia el haberme arrebatado el puesto de tipo más ebrio de la boda. Y digo “según me cuentan” porque esa es otra, acerca de la película de la boda tengo unas lagunas oceánicas a la hora de recordar, señal inequívoca de que me puse del revés. Otra señal inequívoca son las decenas de videos que descubrí al día siguiente en mi móvil. Santa María, Madre del Amor Hermoso. No pude acabar de ver algunos y mi único comentario durante su visionado era repetir “madre mía qué vergüenza” como un mantra.

El video que aún no he visto es el de la ceremonia. Me llevé mi cámara barata china, la dejé en un lugar estratégico y grabé el evento. Es un recuerdo que no tiene todo el mundo. No sé ni siquiera si lo veré entero algún día y no amenazo con ponéroslo si venís a casa de visita, pero lo guardaré a buen recaudo pues creo que será a lo único a lo que en un futuro pueda llamar “el video de mi boda”.

2 comentarios en “He oficiado una boda

Dime algo, que me hace ilusión

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