Saratoga Springs

A George Crum no es fácil tocarle las pelotas pero el caballero de la mesa siete lo acaba de conseguir. En dieciocho años como cocinero en algunos de los mejores restaurante de Saratoga Springs nadie se había quejado nunca de las patatas fritas de George. Hasta hoy. El tipo de la mesa siete las ha devuelto a la cocina encargándose de airear su descontento al resto de comensales. No son de su agrado porque le parecen algo sosas y demasiado gordas. Sosa y gorda será su madre piensa George. Ese cretino se merece que le eche un buen gargajo en el helado del postre pero George no quiere que le vuelvan a sancionar así que se aguanta las ganas de aclararse la voz y decide que si quiere patatas más delgadas las va a tener el muy tarugo. No va a poder ni pincharlas con el tenedor.

Con media sonrisa en la cara George saca su mejor cuchillo y después de lavar una patata y pelarla se entretiene en cortarla transversalmente en rodajas tan finas como le permiten su vista y su pulso. Tiene buena vista y un pulso excelente así que consigue unas rodajas tan delgadas que puede ver a través de ellas. Cuando ya tiene un buen puñado las echa a una sartén con aceite hirviendo y las deja freír hasta que quedan duras. Las saca del fuego y las sazona con suficiente sal como para curar un bacalao no le vayan a seguir pareciendo sosas al tonto de la mesa siete.

Orgulloso de su obra George llama a Basilio, el camarero mexicano, para que lleve el plato de patatas a la mesa. Cuando Basilio ve el plato se queda mirando al cocinero y suelta una larga frase en español de la que George solo pilla un par de palabras, “muertos” y “mamagüevos”. A regañadientes Basilio pone el plato en su bandeja y sale de la cocina con cara de entierro.

George se acerca al ventanuco que da al comedor y se regodea cuando ve la cara de pasmado que se le queda al cliente descontento al ver llegar las patatas. El tipo le grita algo a Basilio y cogiendo una patata del plato se la pone al camarero delante de la cara. Desde que Basilio huyó de México tras degollar a cuatro tipos de la misma familia no es amigo de polémicas y estoicamente se da media vuelta y se dirige al baño a contar hasta cien. El cliente se queda con la palabra en la boca y una patata en la mano. Después de mirar la patata con desprecio durante unos segundos se la acerca a la nariz y la olisquea. Seguidamente se la lleva a la boca y la muerde. Mastica un poco y en vez de escupir enseguida vuelve a morderla. Ahora el que tiene cara de pasmado es George. El tipo se la ha comido entera y sus manos buscan otra en el plato. El cocinero quiere sentirse decepcionado por el fracaso de su plan pero algo que le empieza a revolotear en el estómago se lo impide.  Después de comerse medio plato el cliente ya no parece tan descontento. De hecho se ha levantado de la mesa y les está ofreciendo las patatas que le quedan al resto de comensales. Estos las prueban con desconfianza pero por sus gestos se diría que les encantan. A George se le pone la piel de gallina. Sabe que ha encontrado oro. Lo que no llega a imaginarse es que ciento cincuenta años después el nombre de George Crum aparecerá en la wikipedia como el creador de las Saratoga Springs, a las que hoy en día todos conocemos comúnmente como patatas fritas de bolsa.

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