Como primer asalto de la batalla contra la inminente crisis de los cuarenta hoy he empezado mi Interrail.
Y espero que los que dicen que las cosas no son como empiezan sino como acaban tengan razón porque si no apaga y vámonos. Mi viajecito ha comenzado esta mañana a las 5:25 de la mañana encontrándome la puerta de la estación de tren de mi pueblo cerrada. A algún lumbreras se le ha olvidado abrir la estación antes de que llegase el primer tren y me ha tocado saltarme una valla metálica de dos metros y pico pertrechado con la mochila más voluminosa y pesada que he llevado nunca a cuestas.
Jurando en arameo he conseguido encaramarme a la valla y después de casi ahorcarme con el cable de los auriculares al tirarme al otro lado por fin he llegado al andén a tiempo de escuchar como una maldita voz decía por megafonía que el primer tren de la mañana no iba a venir y que hasta media hora después no venía otro. Yo necesitaba coger ese primer tren para llegar a un AVE que salía 50 minutos después y que tenía que coger por cojones o se me jodía toda la historia. Marronazo de los gordos oiga. He estado a punto de tirarme al suelo, hacerme una bola y patalear pues me he visto sin viaje antes siquiera de coger el primer tren.
He conseguido reponerme y he salido pitando a coger el coche y volar hacia Madrid a 200 por hora (cuando vuelva es probable que me encuentre con alguna multa, manda huevos) teniendo que sacar también a mi padre de la cama a esas horas para que se trajese después el coche de vuelta al pueblo. He llegado a Atocha con tres putos minutos de margen y con el sofocón del año. Ha empezado de puta madre la cosa vamos. 1000 kilómetros de tren después ahora por fin estoy en Avignon tomándome una birra que me está sentando como si la fueran a prohibir.