Mudanza

No sé si la expresión «más pesao que una mudanza» se usa mucho en castellano o me la acabo de inventar pero me extrañaría que la sabiduría popular no hubiese transformado en coletilla algo tan obvio. De hecho podría haber muchas más expresiones: más largo que una mudanza, peor que una mudanza, durar más que una mudanza, más cansao que de mudanza, tener cara de mudanza…

Como el lector avispado habrá podido imaginar estoy, estamos, de mudanza. Iba a decir «nos hemos mudado» pero este pitote no se acaba nunca. El día que dejas de acarrear cachivaches de un lado a otro es por puro hartazgo, por desfallecimiento o porque ya no tienes las llaves, pero nunca acabas la faena del todo. Da igual como te lo montes, siempre quedan trastos atrás porque una mudanza se rige por leyes propias que distorsionan el tiempo y la materia. Una de esas leyes viene a decir que por muchos viajecitos que hayas hecho de un piso a otro con el coche como un chatarrero el número de cajas y trastos que te quedan por llevar permanece invariable. Pero tiende a infinito si te relajas. Tampoco importa cuantos trasiegos hayas dado ya desde el piso al coche o viceversa cargado como la mula de Juan Valdés. Siempre te queda otro trasiego, como mínimo.

Y recuerda, si te quedan un par de portes del coche al piso para acabar (por ahora o por hoy ¿qué te creías?) no seas tan primo de pensar que puedes engañar al destino. No intentes llevarlo todo de un solo viaje pasándote por el ojal las leyes de la mudanza. De nada sirve que en ese último arreón aproveches cada extremidad, miembro o apéndice de tu cuerpo para agarrar, empujar, sujetar o colgar un bulto, caja, mochila, bolsa del Mercadona, cacharro random, etc, y los lleves a paso de nazareno hasta el piso. Al llegar a tu destino y soltar tu carga descubrirás como Sísifo que ese último viaje acaba de convertirse en el penúltimo. Como mínimo.

En una mudanza es inevitable también darle un repaso a tu vida. Tanto por el cambio en el que estás inmerso como por la cantidad de chismes que aparecen al fondo de un cajón para llevarte un rato de viaje al pasado. Mi pasado aquí se remonta a mis seis años, cuando vine por primera vez de veraneo, aunque recuerdos en los cajones solo tengo de los últimos diez años. Desde que me vine a currar dos meses un verano.

Me están cundiendo esos dos meses y lo curioso es que después de tanto tiempo viviendo aquí aún tengo la sensación de no haber acabado de poner el huevo. Es algo apenas consciente y difícil de explicar, aparte de una sandez, pero lo voy a intentar resumir en que a pesar de llevar aquí tantos años, de estar muy agustito y de no tener ninguna intención de marcharme, tengo un cable mal conectado en el coco que me hace percibir la situación como pasajera. Como si siguiera dentro de aquellos dos meses de verano.

Tengo bastante claro que esto se debe a que solo trabajo nueve meses y pico al año. Mi temporada de curro tiene un principio y un final. Y después un bendito periodo sabático de dos meses. Está muy lejos de aquel incierto contrato inicial de dos meses pero de alguna manera aquella sensación de «temporalidad» me sigue acompañando de forma casi inconsciente.

Tampoco creo que ayude a sentirme instalado del todo el hecho de que la mayor parte de estos años haya vivido en el apartamento de veraneo de mi familia. Es mi casa y a la vez no lo es. Mi casa de Schrödinger. Supongo que nunca lo veré como mi casa sino que siempre será el apartamento de La Pineda. Y que lo siga siendo porque desde que estoy aquí he vuelto a veranear cada año con mis sobrinitas.

Las mudanzas también sirven para demostrarte que a lo mejor no eres tan inútil. Que sabes hacer un montón de cosas aunque nunca las hayas hecho. Para sacar al manitas que llevas dentro el primer paso es andar más pelao que una rata y no poder permitirte un profesional. Después de ver dos o tres videos de la ñapa en youtube y una visita al Leroy Merlín ya estás listo para acometer la tarea. Ahora necesitas mucha seguridad en ti mismo pero si no tienes también vale ponerse manos a la obra con exceso de optimismo impostado y pueril. Funciona. No voy a dar cuenta de todas nuestras hazañas pero no puedo pasar por alto la ñapa que más me ha reconciliado conmigo mismo y que debería incluir en el currículum. Transformé el somier más chirriante del siglo XXI, un auténtico destructor del sueño y la convivencia, en un silencioso lecho de nubes de algodón. Estoy deseando tener una entrevista de trabajo para responder con lo del somier cuando me pregunten aquello de: ¿de qué logro personal se siente más orgulloso?

Para ir acabando y sin dejar las chapuzas caseras os voy a dar un briconsejo que os ahorrará dinero y cabreos. Es de perogrullo pero yo he caído como un panoli. Así que no seáis como yo y no hagáis caso a los anuncios de la tele que venden la solución definitiva para fijar cuadros o adornos en la pared sin clavos ni martillazos. Solución definitiva la que le daba yo al publicista.

Resulta que nuestro nuevo casero es un feroz paladín en la cruzada contra a los agujeros, tacos y clavos en la pared, cosa que descubrimos en una de las tropecientas cláusulas del denso contrato de alquiler. Para intentar satisfacer a tal neurótico la nena y yo decidimos tirar alegremente nuestro dinero a cambio de la barra de pegote adhesivo Click & Fix y los ganchos fijacuadros Small Fix. «Se ponen con un dedo» ponía en la caja de estos diminutos ganchitos. Eso es cierto, allright, pero lo que no ponía es que después de ponerlos con un dedo los putos ganchos se caen al suelo si los miras o respiras. Como no están clavados, porque apretar con el dedo gordo no es clavar, basta solo el más mínimo roce o vibración para que se suelten. Lo único que puedes hacer con los ganchos mágicos es clavarlos, ahí acaba su vida útil. En cuanto te acercas ufano con aquello que les pretendes colgar los ganchos se rien en tu puta cara y se desprenden. Su lugar natural no es la pared sino el suelo, la gravedad los atrae con más fuerza que al resto de la materia. Son mágicos porque hacen desaparecer tu dinero y lo transforman en palabrotas arameas.

Eso sí, pese a ser un engañabobos desesperante estos ganchos mágicos son el producto del año comparados con el pegote adhesivo Click & Fix. Según la publicidad con esa plasta lechosa te basta y te sobra para arreglar el Titanic. Sin embargo las primeras pruebas de campo reflejaron que el Click & Fix tiene el agarre y la potencia adhesiva de un gargajo mañanero. Es ideal si lo que pretendes fijar a la pared es un cromo o la tapa de un yogur. A pesar de ser una mierda como adhesivo luego cuando quieres quitar los restos se te resisten y dejan una fea huella. Y solo por 6,95 eurazos. Una ganga.

Como estaba escrito la solución final fue la que se tenía que haber adoptado desde un principio, tirar de taladro, taco y tornillo. Y ya si eso dejar para mi «yo» del futuro el marrón de ocultar el bujero. Como diría mi amigo el Chino “evita los problemas hasta que te exploten en la cara”.

4 comentarios en “Mudanza

  1. Me uno al odio total a las mudanzas.
    Cuando he conseguido dejar de reírme con tus desventuras de plastilina, he recordado un gargajo mañanero de vuesa merced que rebotó al ser proyectado contra el tronco de un árbol de la Facultad.
    Aquel gargajo extraordinario sigue siendo uno de los fenómenos naturales más impresionantes que he podido ver en mi vida.
    Parece que lo estoy viendo, haciendo “poing” en la dura corteza del árbol.
    Agh, estoy endiabladamente melancólico estos días… Gracias por la risa😘

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    1. Gracias a vos por hacerme saber que la palabra gargajo evoca desde entonces también en vuestra cabeza la misma imagen que evoca en la mía….aquel pegote pardo veteado de verde que resultó tener propiedades similares al caucho…… Un abrazo amigo mío ❤

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