Sé como una ola

A los operarios del ayuntamiento se les ha ido tanto la mano este año podando los árboles de mi calle que ahora veo el mar desde mi terraza. La poda ha consistido en talar la veintena de árboles que poblaban las aceras y tapar los huecos con hormigón y baldosas. Han dejado unos minúsculos agujeritos donde han plantado arbolitos que parecen comprados en un chino. No sé a qué se debe este repentino atropello paisajístico porque ya me dirás tú a mí a quien le molestaban los árboles. Estamos tontos, de verdad. Las obras de “remodelado” de las aceras han durado un mes, han dejado la calle casi como estaba y atufan a gasto caprichoso cuyo principal fin es mover la pasta en alguna dirección con la esperanza de pillar algo por el camino. No lo digo yo solo, lo dicen también los mayores expertos en esto de las obras, los jubilados de mi calle.

Pero dentro del despropósito no todo iban a ser malas noticias. Resulta que a mí lo que me impedían ver los árboles no era el bosque sino el mar. Y ahora lo veo un poco. Y mola. A alguno os parecerá cosa poco destacable, especialmente si me estáis leyendo desde mi tierra adoptiva, donde quien más quien menos vive cerca del mar y podéis acercaros en cualquier rato. Pero ya os digo amics tarragonins que para los que somos de Ciempozuelos la cercanía del mar es otra dimensión. En la costa supongo que lo tenéis asimilado desde que llevabais pañales pero los de la meseta tenemos un día destacado de nuestra infancia, aquel en el que vimos el mar por primera vez. Muchos de nuestros padres y abuelos lo vieron ya de adultos y algunos ni lo llegaron a ver.

Por eso sé que tengo una suerte loca por ver un poquito de mar desde mi terraza. Se ve a unos doscientos metros de mi casa, al comienzo de mi calle. Enmarcadas entre la silueta de dos edificios se divisan seis palmeras y detrás de ellas la línea del horizonte sobre el agua. No me puedo quejar. He tenido mejores vistas pero en peores tiempos y la media no me daba para aprobar. Ahora todo fluye mejor y yo debería salir cada mañana a saludar al mar y dar gracias a la vida por semejante regalo pero Dios me libre de ser tan intensito. En su lugar me preparo un café solo y me siento un rato en la terraza a mirar el mar con ojitos de sueño mientras el brebaje hace efecto y me pongo en marcha, siendo bastante común que esa marcha sea camino del retrete. Mirar el mar por la mañana no hace mejor tu vida en términos relativos, porque luego habrá que ver lo que cada uno lleva a cuestas, pero sí la hace mejor en términos absolutos, porque es mejor ver el mar desde la terraza que no verlo. Y punto.

Tampoco creo que el mar sea siempre sinónimo de buenas sensaciones y alivio para el alma. Simplemente creo que el mar amplifica lo que llevas dentro y lo mismo le pone la guinda a una soleada mañana escuchando “Tears dry her own way” antes de desayunarte el mundo que te arrastra por la más turbia melancolía en una plomiza tarde donde no te apetece ni ponerte música y solo quieres desaparecer o que desaparezca el resto del mundo.

Sin recurrir a psicotrópicos hay pocas cosas en este mundo que te puedan embobar tanto como mirar el mar, el fuego o un cielo lleno de estrellas o de nubes juguetonas. Y recurriendo a psicotrópicos no os quiero ya ni contar. El mar, el fuego y el cielo son siempre lo mismo pero siempre distintos. Por eso puedes pasarte el rato mirándolos medio pasmado. Cambian constantemente. Esa ola que ves romper sentado en la playa no va a volver, no la verá nunca nadie más. A ti tampoco pimpollo. En unos añitos ni rastro de que pasaste por aquí. Nuestro ciclo es más largo que el de una ola pero a fin de cuentas es lo mismo. Seguir la corriente y crecer con más o menos fuerza tratando de resplandecer un poco antes de morir en la orilla. Lo de la orilla lo tenemos todos claro aunque nos hagamos los suecos. Habrá que poner empeño en lo de resplandecer. Y salpicar. Salpica todo lo que puedas antes de romperte y desaparecer para siempre. Transfórmate en una bonita ola aunque no haya nadie en la orilla mirándote. Las olas no se preocupan de quien las mira ni mucho menos del resto de olas. Nada les importa. Solo una cosa. Fluir. Sé como una ola.

 

 

 

 

 

4 comentarios en “Sé como una ola

  1. «Sin recurrir a psicotrópicos hay pocas cosas en este mundo que te puedan embobar tanto como mirar el mar, el fuego o un cielo lleno de estrellas o de nubes juguetonas. Y recurriendo a psicotrópicos no os quiero ya ni contar.» Jajajaja. Buenísimo Miguel!

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