El Bosque Encantado

Cuando uno deja de creer en los Reyes Magos la Navidad pierde bastante magia. Deja de ser encantadora y misteriosa para pasar a ser simplemente una época de celebración donde se abandona un poco la aburrida rutina y se hacen cosas más divertidas como cenar con toda la familia (de uno mismo y de la familia de cada cual depende que esto sea divertido o una pesadilla) y salir a desparramar con los amigos hecho un pincel. Por lo que me cuentan la Navidad vuelve a molar bastante cuando uno tiene hijos y recupera esa magia, esta vez reflejada en los ilusionados ojos de su prole. Yo no tengo hijos y como me suelo pasar los días de Reyes a seiscientos kilómetros de mis sobrinas apenas he podido disfrutar nunca de sus caritas fascinadas ante el montón de paquetes que aparecen debajo del árbol cada 6 de enero. Sin embargo ya os digo que yo veo más niños ilusionados y ojipláticos en estas fechas que el 99’9% de los que estáis leyendo esto. Porque no todo el mundo tiene la suerte de trabajar como ayudante de Papá Noel en Navidad

Mi lugar de trabajo en estas fechas es la casa de Santa Claus. No su residencia habitual, que todos sabemos que está en Laponia, sino su morada provisional navideña aquí en la Costa Dorada. La casa de Santa Claus está situada al final de un recorrido donde los niños y sus familias se encuentran con duendes, hadas, brujas buenas, maestros jugueteros, soldaditos de plomo, etc. Al final de este camino salido de un cuento de los hermanos Grimm los niños se encuentran con Papá Noel, sentado tranquilamente en su casa y leyendo las cartas que los niños han ido dejando en un baúl lleno a rebosar de deseos. Santa Claus no está solo en su casa sino que lo acompañan dos ayudantes que se turnan en las tareas de recibir a los niños o hacerles fotos con Papá Noel. Los ayudantes de Papá Noel vivimos inmersos en una crisis de identidad pues no tenemos claro si somos gnomos, elfos o duendes. Nuestra indumentaria navideña es tan vistosa y poco discreta como ambigua. Pensaba hacer una detallada descripción de mi traje pero estoy perezoso y lo voy a resumir en que el atuendo es blanco y rojo y se da un aire al típico traje de bufón, con medias a rayas y pantalones cortos bombachos, cambiando el gorro de cascabeles bufonesco por uno de estilo papanoeliano. Mi rebelde aportación personal a este atuendo son mis botas Marteens negras. Aunque con semejante indumentaria es difícil saber de qué demonios va uno vestido yo me inclino por la opción de ser un elfo ya que es la que me permite hacerme el chistoso con los papis de las criaturas soltando el chascarrillo de “soy un elfo…elfotógrafo…”. Esto es lo mejor de llevar ese atuendo estrafalario. Si en esta vida hacer el tonto no es lo que peor se te da y encima te dan un traje de bufón y te ponen delante de un montón de gente os podéis imaginar el resultado. Es como el traje de un superhéroe. Te metes dentro y te subes por las paredes. Nada tienes que perder. Por mucho que lleves tus Marteens el hecho de acompañarlas con bombachos rojos y medias rojiblancas hace que tu sentido del ridículo alcance niveles bajo cero por lo que ya solo puedes remontar. Y remonto, si señor. Cuando estoy de fotógrafo me contengo porque ahí el protagonista es Santa Claus pero en mis funciones de recibir a las familias en la puerta he ido poco a poco montándome un teatrillo que si no fuese porque se ha acabado la Navidad habría terminado siendo un musical.

Solo quería hablaros de la ilusión de los niños y me he liado hablando de mí mismo para variar. A lo que iba, hasta la persona más cínica del mundo se emocionaría al menos un poquito al estar delante de una fila de niños expectantes ante el momento de ser recibidos por Papá Noel. Buscaos a alguien que os mire como miran esos mocosos a Santa Claus, si no es así estáis mucho mejor solos.

No todos los críos se muestran extasiados ante la presencia de ese tipo regordete y barbudo vestido de rojo. Hay  de todo. Niños que parecen haber visto al anticristo y que la lían parda hasta que los sonrojados padres se los llevan, niños preguntones que sacarían de quicio al Dalai Lama, niños que tienen las cosas más claras que las voy a tener yo nunca, niños que piden un Iphone 7,  niños que se hacen pipí encima de la emoción…cientos y cientos de niños cada uno con su pequeña vida a cuestas. Algunas de estas vidas parecen demasiado pesadas para que las soporte un niño. No quiero ponerme sensacionalista pero se te rompe algo por dentro cuando aparece algún crío que no quiere juguetes sino que pide salud, de manera muy concreta para él mismo o para alguien de su familia. Pedir salud parece un tópico vacío hasta que la pides porque no la tienes.

Aparte de los superpoderes de payaso que me proporciona mi traje el mejor momento como ayudante de Santa Claus llega cuando intento disipar las dudas de algún crío acerca de la autenticidad de Papá Noel. Cuando estás recibiendo a la gente de vez en cuando llega algún niño o niña resabiados con serias dudas acerca de la existencia de Santa Claus y por ende de la autenticidad de ese tipo que se disponen a conocer. En estos casos aprovecho mientras los chavales esperan su turno flipándolo con la casa de Santa Claus para preguntarles disimuladamente a los padres cómo se llama el incrédulo crío. Los papis me lo dicen en voz baja y con sonrisa de complicidad tras lo cual y con la excusa de colocarle bien el gorro me acerco a Santa Claus y le “recuerdo” entre susurros el nombre del siguiente crío. Seguidamente hago pasar al incrédulo. Cuando lo tiene a un metro de distancia Santa Claus se dirige al niño por su nombre y entonces ocurre. La primera reacción del crío es quedarse parado con la boca tan abierta como los ojos tras lo cual gira la cabeza buscando a sus padres con cara de “¡¡ostras!!”. Y en ese preciso instante aparece la magia.

4 comentarios en “El Bosque Encantado

  1. La verdad es que yo siempre he sido un defensor a muerte de la Navidad. Me encanta. Pero cada vez te va dando motivos para que te guste menos. Pero, la magia… ¿Quien puede dejar de creer en ella?…

    Y tú, tienes magia en las manos cuando escribes.

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